Mejor tema: Nariguetas.
1) Nariguetas
2) La ciudad eterna
3) Emigrante
4) Sentido de lucha
5) San Vicente
6) Solo viento
7) Mitad por mitad
8) Accionista9) Fotografía
Segunda crítica de Pablo el
enterrador, segundo disco de Pablo el enterrador, segunda obra maestra, segundo
Francia. El viernes 14 de julio de 2023 (del año en el que estoy escribiendo
esto. Cuando alguien llegue a leerlo, probablemente sea mucho después) el grupo
va a tocar en vivo en el teatro El círculo y yo saqué la entrada ni bien lo
anunciaron. Va a ser una noche épica, eso seguro. Espero poder hablar de sus
tres discos antes de que llegue ese día. Como un homenaje por los 50 años del
grupo. Ya se verá.
No tengo muchos datos a fondo del
contexto que rodea la vida del grupo en detalle. O sea, sé que podría
preguntarles a los miembros de la banda (quienes son relativamente accesibles
en redes sociales), pero siento que eso sería muy invasivo, así que voy a
guiarme por lo que dice en el disco (el cual tengo original junto con el que sacaron
antes y el que sacarían después) y por la info que da la propia banda en su página
de Facebook. Algunas partes voy a tener que medio llenarlas con especulaciones,
pero vamos a ir viendo. Después de la grabación de su sublime debut, el grupo
se tomó un largo descanso creativo. Más de diez años. Doce, para ser más
precisos, ya que la grabación de este álbum empezó en mayo de 1995 (tres meses
después de que yo naciera, por si a alguien le importa. Spoiler: a nadie le
importa). El disco fue compuesto, arreglado y grabado en el estudio rosarino «Del
camote Records». Tras haber hecho esta parte del trabajo, quedaba la mezcla y
masterización, la cual extendió el trabajo hasta mayo de 1997 (justo dos años).
Los masters fueron enviados al sello brasileño PRW, el cual demoraba en
editarlo y esto llevó a pensar en que no había interés en lanzarlo. Además en
el contrato había una cláusula que decía que, si no se lanzaba al año, quedaba
liberado para otras compañías. Fue entonces que reapareció Rubén Goldín, quien
los puso en contacto con la discográfica argentina EPSA Music. Como ya no
poseían los masters, tuvieron que hacer las mezclas de nuevo. Incluso
aprovecharon para invitar a Rubén a cantar Sentido
de lucha. Quiso la suerte que ambas masterizaciones salieran casi a la vez
en CD en 1998 con dos nombres diferentes: «Pablo el enterrador 2» por parte de
PRW y «Sentido de lucha» por parte de EPSA Music, que además presentaban cada
versión diferente arte de tapa y diferente orden de las canciones. Se podría
decir que la versión «canónica» del disco es la brasileña, ya que es la que
después fue reeditada y la que estoy reseñando yo. Algo así como cuando se
decidió que el final canónico de Max Payne 2 sea el final malo, con la
diferencia de que acá es para mejor que esta versión sea la oficial. Pero
bueno.
Con respecto al disco en sí, hay
un par de pequeñas diferencias con el primero. La más importante es el cambio
de sonido. El debut ya tenía influencias de la música latinoamericana, pero acá
esa influencia es mucho más notoria, al punto de que ya no tiene sentido hablar
de progresivo con toques folclóricos, sino más bien de música folclórica que es
progresiva, si entienden a lo que me refiero. Parece muy insignificante la
forma en la que lo planteo (simplemente cambiar el orden de los géneros
mencionados), pero el orden de los factores SÍ altera el producto. Por lo menos
lo hace acá. Casi parece más un disco de folclore con toques de clasicismo. Esto
lo hace más interesante a nivel sonoro y estilístico, aunque desgraciadamente
viene la segunda diferencia. Este disco está un peldaño por debajo de su
predecesor en términos de calidad global. No es que sea mucho peor. Es más,
hasta el séptimo tema, es incluso mejor. El problema es que las dos últimas
canciones, sin ser malas, no terminan de mostrar la misma calidad. Pero es una
queja menor. Después de todo, el primer disco era tan pero tan bueno que hay un
Gran Cañón de distancia entre «inferior a aquella obra maestra» y «porquería
insalvable». De hecho, también le doy un diez porque nunca llega a siquiera
rozar la mediocridad y tiene cualquier cantidad de grandes temazos. Vamos a
ellos.
El viaje empieza con Nariguetas que, a pesar de lo que dije
en la reseña anterior con respecto a los dos primeros temas de aquella primera
obra, también es seria candidata a mejor canción del grupo. Esa bellísima
introducción de piano es el equivalente sonoro a un collar de perlas, y la
melodía vocal sigue un compás muy folclórico, incluso más que cualquier cosa del
primer disco. Los solos de sintetizador y los crescendos instrumentales son la
definición misma de la belleza. Destaco cuando la voz de Blanc revienta, muy
adecuadamente, en ese «reventará la VOOOOOOOZ». Esto sí que es consonancia
lírico-musical (que supongo que sería una especie de antónimo al famoso término
videojueguil «disonancia ludonarrativa»). Y ese final que se va apagando
lentamente a lo Elefantes de papel
sin dudas queda mucho mejor de lo que hubiera quedado un fade out. Obra
maestra. Y si decía que este tema suena muy folclórico en lo vocal, el
siguiente directamente parece una chacarera con ambiente e imaginería
progresiva. Se trata de La ciudad eterna,
que invita a bailar apretadito con otra persona (que no necesariamente tiene
que ser del sexo opuesto). El estribillo no difiere mucho de los versos
melódicamente, pero a la vez suena como la merecida conclusión a la intensidad
que estos crean, y la mezcla de teclados, sintetizadores y flauta crean un
ambiente de ensueño pero bien latino. Preciosa.
Emigrante es el segundo magnum opus del disco y, de paso, el tema
más largo de la banda. Ocho minutos y medio. Medio corto para ser lo más largo
de una banda progresiva, pero no es cuestión de minutaje, sino de aprovecharlo
adecuadamente (¿qué? ¿Se pensaron que iba a decir «no es cuestión de tenerlo
largo, sino de saber utilizarlo»? Pues no, no voy a hacer ese chiste. Aunque lo
acabe de hacer, pero esto fue algo absolutamente necesario). Tiene dos partes
bien diferenciadas pero con buena transición entre una y otra. La primera es
más triste y melancólica, que describe cómo alguien se va de su país seducido
por el famoso «sueño americano». Esta parte transmite tanta tristeza que parece
ser algo muy personal para el narrador de la historia, como si aquél que se fue
fuera un pariente o un amigo muy cercano. La segunda mitad es más… no voy a
decir festiva porque no lo es propiamente, pero sí más movida y con cierta
alegría. En esta segunda parte se describe cómo ese emigrante descubre que el
lugar al que fue no es ninguna garantía de una vida mejor. Todo lo contrario,
es un ciudadano de segunda allá. Esta efusividad musical hace parecer que el que
canta la letra se ríe del bulo que se comió el emigrante, aunque hay cierto
lugar para la esperanza cuando lo invita a volver a su tierra natal. No tengo
mucho para decir en profundidad de la música en sí, pero es hermosa y le da
todavía más relieve a la historia, así que entra en mi top 5 de canciones de la
banda. Sentido de lucha es más
dramática que triste, y cuenta con otra brillante performance de piano que
llena todos los huecos, mientras que la voz (asumo que de Rubén Goldín por lo
que conté antes) guía el conjunto a diversos clímax de todo tipo. Esta canción
es la enésima prueba de que no se necesita distorsión a tope y una base rítmica
avasallante para sonar intenso. A veces, lo sutil pega mucho más fuerte.
También me gustan mucho ese solo en tonos menores de sintetizador que le da aún
más melancolía, al cual lo sigue el solo de guitarra con el instrumento casi
llorando, lo que hace que cierre la canción de forma inmejorable.
San Vicente es una versión del músico brasileño Milton Nascimiento,
y es la única versión que haya hecho el grupo (hasta donde llega mi conocimiento).
Empieza con una muy alegre línea de teclado aflautado que le abre el paso a
unos versos de carácter más íntimo. El comienzo del estribillo, con ese «cooooorazóooon
améeeericaaaano», parece que va a volver más dramático al tema cada vez que
aparece, pero el remate lo vuelve más melancólico y derrotista. Después va
volviéndose más ampulosa a la manera típicamente progresiva pero, a diferencia
de la mayoría del rock progresivo, nunca se vuelve pesada, sino que siempre
mantiene la frescura y la solfa. Eso es ser poco trivial, y me encanta. Aunque Solo viento no es un cover, la letra fue
escrita por el músico Jorge Fandermole. Y es una gran letra. La música no se
queda atrás, por su pollo. Es una nueva mezcla entre un piano digno de música
clásica apoyando una cadencia y melodía vocal más propia del folclore, con unos
tímidos toques de sintetizador dando un ambiente más etéreo y hermoso. La
canción no presenta muchas variaciones y se mantiene hasta estática durante los
seis minutos que dura, pero está tan magistralmente interpretada que cualquier
cambio o explosión de intensidad podría llegar a arruinarla. No, señor. Déjenla
como está. Después viene Mitad por mitad,
que es un poco rara, ya que representa una especie de fusión entre progresivo,
folclore y new wave. Tiene la melodía más pegadiza del disco. Y no es que las
seis anteriores canciones no tengan buenas melodías, pero aquellas quedan en la
memoria más por su belleza o intensidad que por su pegajosidad, mientras que
acá suenan hasta chiclosos. Esto no lo digo despectivamente, sino que
simplemente lo explico para hacerles entender el cambio estilístico. La melodía
es fantástica, y los arreglos instrumentales llenan de vitalidad todo. Los
últimos dos minutos con cuarenta segundos son una repetición de un tarareo constante
que debería hartar pero nunca lo hace. Todo lo contrario, casi que podría
tomarse como una versión más económica de Hey
Jude de los Beatles (salvando las distancias, claro). Otro temazo para la
colección.
Hasta acá tenemos un disco que
logra lo que parecía imposible, que es superar al primero. Hasta me animo a
decir que viene siendo uno de los tres mejores discos del rock argentino de la
historia pero, desgraciadamente, llegan las dos últimas canciones a bajar
levemente el listón. Tenemos una reversión de Accionista que resulta ser bastante más lenta y menos interesante
que la original, aparte del pop ochentoso que representa Fotografía. Tiene sus virtudes, como la potente atmósfera sensual
que logra (muy acorde a la letra) y los aportes de guitarra, especialmente en
el solo final. Por el lado malo, el ritmo programado resulta muy básico, el
tono con el que la cantan no me convence mucho y la línea vocal del estribillo
parece una copia de un típico tema radial yanqui. Encima que ese estribillo
está cantado en inglés. ¿Qué pasó con la banda patriótica y latinoamericana?
Bah, exagero un poco. Insisto, no son malas canciones, y ni siquiera puedo
decir que estén totalmente fuera de lugar estilísticamente (Mitad por mitad ya había hecho la
transición a un sonido más pop y new wave), pero no me terminan de convencer.
Supongo que es la consecuencia inevitable de no estar a la altura de las siete
sacudidas emocionales previas. ¿Qué se le va a hacer?
A pesar de esto, no me animo a decir que el disco no es una obra maestra. Lo es. Solo que es imperfecto, como cualquier otra cosa creada por seres humanos, tanto dentro como fuera del ámbito artístico. Ya el grupo hubiera seguido siendo maravilloso si solo hubiera grabado su primer disco y nada más, pero el hecho de que pudieran volver al estudio y hacer un trabajo que hasta lo supera en sus mejores momentos solo refuerza el hecho de que son algo especial. A tal punto en el que no me permito ponerle menos que un diez a este trabajo. Si tomamos los primeros siete temas, tenemos el que tranquilamente podría ser el disco DEFINITIVO de la música argentina, pero supongo que era muy difícil hacerse cargo de tanta genialidad, así que tuvieron que embarrarla un poco en el último cuarto. Igualmente, insisto en que a esos dos últimos temas no los llamaría «manchas», sino simplemente «puntos de menor lustre», que es algo muy diferente. Haciendo un balance, este disco es otro obligatorio en cualquier colección. Compralo ni bien tengas la oportunidad.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario