Mejor tema: Alguno de los dos primeros.
1) El carrusel de la vieja idiotez
2) Elefantes de papel
3) Quién gira y quién sueña
4) Ilusión en siete octavos
5) Accionista
6) Dentro del corral
7) Espíritu esfumado8) La herencia de Pablo
Bueno, mi gente bonita. Acá hago un parate momentáneo con
Los fabulosos Cadillacs para ir con algo más desconocido pero igualmente de
cosecha nacional y tan valioso como cualquier banda grande que haya parido esta
tierra, sin nada que envidiarle a Pappo’s Blues o Pescado Rabioso, por dar dos
ejemplos rápidos. De hecho, a pesar de que este grupo haya sacado solamente
tres discos, los tres podrían ser tranquilamente de lo mejor del rock argentino
de todos los tiempos. Lo que es más, me animo a afirmar que, si este grupo
fuera más conocido, hubiera hecho honor a su nombre y hubiera enterrado la discusión sobre si la mejor
banda argentina es Soda Stereo o Los redondos. ¿Tan así? Tan así, y voy a
demostrarlo a lo largo de las cuatro páginas que va a durar esta reseña (al
menos, asumo que va a extenderse hasta ahí, ya que es lo que suele tomarme).
Vamos a ello.
(Spoiler: esta reseña me tomó cinco páginas de Word)
Pablo el enterrador es una banda santafesina, más
específicamente de Rosario (la ciudad en la que nací y viví toda mi vida. Inserte
meme de Homero Simpson con la bandera de Estados Unidos diciendo «mi país, mi
país» pero con la bandera reemplazada por el monumento y que la frase sea «mi
ciudad, mi ciudad»). El grupo se formó en 1973 y sus miembros originales son Jorge
«el Turco» Antún, Rubén «Coki» Antón Brandolini, Juan Carlos Savia, Rubén Goldín
y Lalo de los Santos. Con respecto al origen del nombre hay varias especulaciones,
pero la más aceptada suele ser que la banda solía ensayar en el Cementerio de
Disidentes y que el enterrador del lugar, llamado Pablo, siempre les dejaba un
espacio para practicar su música. Esto es un mito, así como el hecho de que sus
miembros solían vestir ropas medievales en escena, lo cual fue confirmado como
falso en una reciente entrevista que les hicieron a los sobrevivientes en el
diario La Capital. Volviendo a la biografía y parafraseando un poco aquella
nota que mencioné (la cual pueden leer completa acá.
Vale mucho la pena), Goldín explicó que conoció a Coki Antón tocando la guitarra
en una plaza, pero que su existencia le llamó más la atención un día en el que
apareció usando un poncho y tocando una flauta dulce. Ahí se hicieron amigos y
Coki invitó a Rubén a su casa, ubicada en Pasco entre Lavalle y Avellaneda. Fue
ahí que se formó en grupo espiritualmente hablando. Lo que es más, fue Antón el
que diseño el logo de la banda. Tiempo más tarde, Goldín llevó al Turco Antún,
que en ese momento tocaba la batería, y miren que hay que meter a dos tipos con
apellidos tan parecidos en una misma banda. Antón y Antún. Solo faltaba que
hiciera la gran Jimi Hendrix y le pusiera apodos para diferenciarlos (como hizo
este con Randy California y Randy Texas). A todo esto, ¿cómo serían esos
apodos? ¿Por las calles en las que vivían? ¿Se imaginan eso? Estoy pensando en
algo tipo «Coki Pasco» o «Turco Mitre y Paso» (?). Sí, gente, soy un boludo.
Sigamos con la biografía.
Entonces fueron tres personas, pero Coki sumó a una
cuarta persona que era Carlos Savia. Y así fueron cuatro. Las influencias de
sus integrantes eran bastante diversas, pero predominaba el folclore
latinoamericano, el progresivo de Jethro Tull, el tango de Piazzolla y el rock
argentino de la primera ola (Vox Dei, Manal, Almendra…). De toda esta extraña
mezcla salió el sonido marca de la casa de Pablo el enterrador. Empezaron
ensayando en la casa de los padres de Coki (y no en el cementerio, lo cual fue
desmentido en la entrevista) y, aunque con el tiempo cambiaron levemente esta
dinámica, en aquella primera época no eran de tocar mucho en vivo (según se
cuenta, habrán hecho aproximadamente una docena de presentaciones), al punto de
que ni siquiera hay material grabado de aquellos tiempos. En un principio su
sonido tendía más a la tradición latinoamericana pero, con el creciente interés
por los sintetizadores y los teclados, se volcaron más al progresivo. Rubén se
había ido del grupo (des)motivado por la dificultad que le representaba comprar
un buen equipo. Fue ahí que entró Lalo de los Santos, que quería que Goldín
siguiera para que siguiera cantando, aunque tomaría la parte vocal José María
Blanc, quien entró a la banda en 1980. Junto con él, Marcelo Salí, Omar López y
Jorge Antún nació la formación que daría forma a su primer disco. Este estuvo
en proceso de grabación durante unos años (con Blanc y Antún tocando de la
mañana hasta las 17:00 y Salí y López llegando a esa hora para tocar todos
juntos durante cinco horas más, hasta las 22:00) hasta que vería la luz en
1983, coincidiendo con el regreso de la democracia a Argentina. Esto parece un
dato anecdótico, pero creo yo que tiene mucho que ver para entender tanto a
esta obra como a la esencia de la banda. Vamos a este debut.
Hay muchas cosas que tengo que decir sobre este primer
trabajo. Podría resumirlo en un extático «uno de los mejores discos de todos
los tiempos. Andá a comprarlo ya», pero creo que esto sería tan vago y poco
profesional como si dijera «este disco es una reverenda cagada. No lo toques ni
con un palo», solo que está mucho mejor visto alabar una obra descerebradamente
que atacarla descerebradamente. Para ambas cosas se necesita una explicación, y
ahora mismo paso a explicarles por qué considero a este disco de una banda que
ni sus compatriotas escucharon nombrar como el mejor disco argentino de los 80
(o uno de los mejores, al menos). En primer lugar, el sonido. El sonido de este
grupo es realmente único y propio. Sé que ya ha habido intentos de fusionar el clasicismo
con el folk, como los propios Jethro Tull, It’s a Beautiful Day o, dentro del
formato más pop, The Mamas and the Papas, entre muchos otros. Sin embargo, eso
era folk estadounidense y europeo, mientras que acá se trata de sonidos
latinoamericanos, lo cual no es tan común. Solo recuerdo a Aquelarre intentando
algo similar (en su excelente disco «Siesta»), pero creo yo que esta fusión
alcanza su apogeo en este disco. Otro aspecto no menos (ni más) importante es
su filosofía. Como dije antes, este disco más o menos coincidió con el fin del
gobierno militar y el inicio de una nueva (en aquél entonces) democracia, y las
letras tienen tintes patrióticos y latinoamericanistas que encajan muy bien y
logran algunas imágenes preciosas. Si bien no me cabe el patrioterismo barato,
sí que lo doy todo por un patriotismo sincero que realmente abrace las
tradiciones no para encerrarse en ellas, sino para mirar hacia adelante, que es
lo que considero que hace muy bien este álbum. Sus creadores claramente
entienden qué es lo que hace tan valiosa a la historia y riqueza argentina y,
si bien saberlo en la teoría es una cosa y llevarlo a la práctica política es
otra, el grupo se demuestra culto y sincero al mismo tiempo. Este mensaje no
tiene nada de exagerado o incoherente, y por eso me cala. Por último y, ahora
sí, lo más importante, está la calidad de estas canciones. Cada una de estas
ocho gemas son ni más ni menos que eso mismo. Los arreglos y las melodías están
llenas de vitalidad, la ejecución es impecable y, lo mejor de todo, el grupo
sabe evitar los excesos y hacen que cada nota importe. Pablo el enterrador me
hace acordar a Camel en el sentido de que saben esquivarle sabiamente al cliché
del rock progresivo como algo súper serio y sin un mínimo de sentimiento o
sentido del humor. Más difícil que tocar cosas complejísimas técnicamente es
encontrar un balance entre la destreza instrumental y lo que es interesante
melódica y estructuralmente, y este grupo siempre lo logró. Mis respetos a
ellos por eso. Ahora sí, vamos a las canciones.
El disco no podría empezar de mejor manera que con la
brillantez por partida doble de Carrusel
de la vieja idiotez y Elefantes de
papel. La primera vez que escuché este disco (por septiembre de 2022, más o
menos) me aburrí mortalmente con estas dos canciones y me hacían apagar esta
música a la mierda para volver a escuchar el (también excelente, por su pollo) «Los
delirios del mariscal» de Crucis. Sí que era un boludo en ese momento, ya que
ahora las considero probablemente las dos mejores canciones en la carrera del
grupo. La primera empieza con esa línea de piano clásica que firmo ahora mismo como
lo más hermoso que haya escuchado dentro del progresivo junto con Firth of Fifth de Genesis. Sí, a ese
nivel la pongo. Y después entra José María Blanc cantando una melodía eterna y
desoladora con esa voz tan hermosa. No solo tiene un registro muy particular y
sentido a la manera de Charly García o Spinetta, sino que también maneja una
diversidad de registros y matices al estilo de Peter Gabriel y una técnica a lo
Jon Anderson. Tranquilamente podría ser mi cantante favorito del rock
argentino. La música va en eterno crescendo de teclados y sintetizadores hasta
alcanzar un clímax hermoso que, desgraciadamente, se va apagando en fade out.
Aunque esto no le quita grandeza a la construcción general del tema. Al mismo
nivel está la segunda canción, que tiene un toque más psicodélico pero sin
perder nunca esa belleza inocente en la melodía. Me gusta mucho el estribillo
en el que dice «América/Americanos/Todos a empujar/Todos a gritar», ya que hace
que quiera comandar un ejército lleno de gente de todas partes de América
Latina para echar a los invasores de primer mundo. Podría ser el llamado a la
acción más dulce y enternecedor jamás grabado, y ese final en el que se va
ralentizando la melodía hasta apagarse no puede dejar indiferente a nadie. Un
arranque de otro mundo.
Y guarda que el resto de las canciones también son
fantásticas. El disco no cae en ningún momento. Ni siquiera en la tan criticada
Accionista, y digo criticada porque
sigue un estilo más pop al estilo del disco «Duke» de Genesis (me hace acordar
mucho a Turn it On Again), lo cual a
muchos le disgusta. A mí no. En absoluto. Me encanta su riff teatral de
teclados, sus diversos y frescos solos de sintetizadores, teclados y guitarras melódicas
y su ansiosa melodía vocal, que transmite muy bien el desenfreno de un
accionista viajando y viendo a su alrededor no un hermoso paisaje, sino una
oportunidad eterna de negocios. Puede que su letra sea algo más directa que el
resto, pero ya dije que las delicias musicales están a la orden del día, así
que me da igual. Incluso siendo lo más flojo del disco, muchos grupos hubieran
matado por componerla. Quién gira y quién
sueña tiene un tono bajo más misterioso y sensual que hasta da algo de
miedo por su letra sobre chicos que no saben lo que es la infancia por vivir en
la miseria (al menos, yo la interpreto así). Después se va volviendo más altiva
previo al último verso («Ven, soñemos una ronda pequeña/Y no sabremos quién
gira y quién sueña») y, a partir de ahí, se va volviendo más ensoñadora con sus
toques andinos y de canción de cuna. Dentro
del corral me suena precisamente a eso en su introducción. A un granjero
(supongo que el de la portada) adentro de un corral persiguiendo a las gallinas
y a otros animales de ganado. Es una imagen muy sencilla y poco pretenciosa para
un tema de rock progresivo, pero se sabe bien que a veces lo simple pega mucho
más. Su melodía jovial y fresca continúa con este ambiente. Si entendemos el rock
latinoamericano, precisamente, como un tipo de rock que evoca las costumbres y
paisajes latinoamericanos, este tema (y, por extensión, este disco) es un
perfecto exponente. Espíritu esfumado
nuevamente explica con su título su contenido musical. Es otro festín de
arreglos exquisitos y grandes melodías, con la voz siguiendo al pie de la letra
la figura de teclado y con los diferentes instrumentos volviéndose más y más
ricos a medida que avanza el tema. No puedo con tanta genialidad. Denme un
descanso.
Por último, nos quedan dos instrumentales. El título Ilusión en siete octavos supongo que
referirá al tempo en el que se desarrolla el tema (no sé mucho de teoría
musical para confirmarlo o desmentirlo), aunque también podría ser una
referencia a Apocalypse in 9/8, una
de las secciones de Supper’s Ready de
Genesis. Empieza algo acelerada, como si los miembros tuvieran prisa por llegar
a algún lado, pero funciona muy bien para el tema. Después van sumándose los
tonos etéreos de sintetizador y los arreglos de teclado para conformar un tema
quizás menos distintivo (en el sentido de que no tiene ese toque tan folclórico
de otros temas), pero muy sublime musicalmente (sí, ya sé que está mal redactado
«muy» sublime, pero me gusta así). El cierre corre a cargo de La herencia de Pablo (cuyo nombre
titularía a un disco solista de José María Blanc en 2018), que es como un
resumen de siete minutos con quince segundos de la esencia del disco. De ese
progresivo folclórico. Empieza con una melodía algo compleja pero muy memorable
a las que se les agregan unos soleados y pastoriles toques de sintetizador que
se asemejan al sonido de una flauta y que logran con su sencillez un muy buen
contraste. El tema va variando segundo a segundo pero sin perder jamás su
sentido andino-progresivo (lo que sea que signifique esto) y haciendo que uno
no quiera tocar siquiera el botón de pausa hasta que termine la canción.
Después quedarían unas canciones extra en vivo inéditas, pero nunca les di
mucha pelota, así que no puedo afirmar que sean buenas o malas, mucho menos dar
detalles técnicos de cada una. Por esta vez, cerremos el disco con el cierre
del disco.
Y ahí la tenemos. Una de las joyas más injustamente olvidadas del rock argentino. Los que dicen que los Redondos es un grupo injustamente olvidado es porque nunca escucharon a Pablo el enterrador (y no digo esto para insultar a Patricio Rey sino simplemente para explicar otro punto. Me gustan mucho Los Redó, así que ahórrense los tomates podridos). Este disco tiene todo para ser uno de los mejores de Argentina. De hecho, me animo a decir que es el mejor disco progresivo de los 80 no solo en Argentina, sino también en todo el mundo, y el mejor disco hecho en el país en la mencionada década (solo con «Clics modernos» de Charly haciéndole competencia. Casualmente, ambos salieron el mismo año). Quizás el motivo por el que a este álbum nunca se le dio tanta bola es por el hecho de que la música sinfónica ya era cosa del pasado en los 80, por lo que el grupo llegó medio tarde. Sin embargo, la calidad prima por sobre cualquier moda o tendencia, y este disco también podría considerarse, junto con el mencionado de Charly García, el mejor de 1983 (año en el que tuvimos discazos a nivel internacional, tales como el homónimo de Genesis, el debut de Metallica o el «Piece of Mind» de Iron Maiden. Todos geniales, pero inferiores a este). De lo que no hay dudas es de que ese fue un buen año para la música argentina. ¿Quién hubiera imaginado que, en plenos años 80, una bandita ignota de un país en el culo del mundo manejaba una maestría musical y artística que ni los nombres más prestigiosos de Estados Unidos o Europa tenían? Ahora sí puedo declararlo: uno de los mejores discos de todos los tiempos. Andá a comprarlo ya.
Al final todo fue una publicidad y me la comi entera....y la publicidad tambien ヾ(•ω•`)o
ResponderBorrarExcelente álbum. Un sonido asombroso, los sintetizadores crean una atmósfera interesante y melancólica.
ResponderBorrar