miércoles, 6 de marzo de 2024

Boston - Don't Look Back


Nota: 7
Mejor tema: Don’t Be Afraid.
Peor tema: Feelin’ Satisfied.

1)      Don’t Look Back
2)      The Journey
3)      It’s Easy
4)      A Man I’ll Never Be
5)      Feelin’ Satisfied
6)      Party
7)      Used to Bad News
8)      Don’t Be Afraid


Volvemos a terreno radioformulero con nuestros queridos Boston. Bah, no sé si demasiado queridos por ustedes, pero sí por mí. Y tampoco es que yo sea el mayor fan, ojo. Pero sí que considero a su debut, quizás, la cúspide del AOR (Adult Oriented Rock o, en cristiano, rock para las radios). Supongo que al leer estas palabras y ver la nota que le puse a este disco, pueden visualizarme mentalmente con cara de decepción y asumir que esta reseña va a estar infestada de este sentimiento. Este… sí. ¿Para qué digo que no si sí? Pero tiempo al tiempo, mis queridos padawans con alto nivel de midiclorianos en sangre y poca conexión con aquello que las películas originales de Star Wars nos enseñó que realmente se necesita para ser un jedi. Voy a explicarles con precisión de creador de mundos ficticios a lo George Lucas lo que pasó entre el debut y este segundo trabajo los motivos de mi desilusión. Aunque sin las inconsistencias argumentales de este señor, por supuesto.

A este disco se lo empezó a componer y a grabar apenas un año después de la salida del debut. Esto es, en 1977. Y fue lanzado al año siguiente al año en el que se lo empezó a componer y a grabar. Esto es, en 1978. Un 90% del trabajo se hizo en Hideaway Studio, que era el estudio de Tom Scholz, mientras que la canción A Man I’ll Never Be fue grabada gracias al ingeniero (pero no feto ingeniero) Dave Butler en Northern Studio. Los temas de difusión fueron Don’t Look Back, A Man I’ll Never Be y Feelin’ Satisfied, y su éxito fue considerable aunque inferior al del debut (el presente trabajo fue número uno en Estados Unidos y Canadá y número nueve en Reino Unido). Vendió más de un millón de copias en poco más de diez días y tuvo siete certificaciones al platino en Estados Unidos el 11 de abril de 1996. Se puede decir que, incluso sin contar esto último que pasó casi veinte años después de su salida, al disco le fue muy bien y confirmaba a Boston como la banda del momento en los 70. Sin embargo, Scholz cortó relaciones con Epic después de su lanzamiento ya que se quejaba de que la disquera los apuró para sacar el trabajo, y él no se sentía conforme todavía con el resultado, pues así de perfeccionista era. Pero ya vamos a volver a esto. Vamos al disco en sí.

Bueno, ¿qué es lo que me molesta del disco? Varias cosas. Veamos. Lo primero es que el disco no evoluciona EN LO MÁS MÍNIMO con respecto al debut. Es la misma fórmula sin un solo intento de avance artístico. Está bien que no hay que arreglar lo que no está roto pero, para un tipo tan obsesivo de los resultados como lo es Tom Scholz, uno esperaría algún riesgo o cambio. Aunque bueno, supongo que puedo perdonar eso, ya que bandas como King Crimson o Metallica también se han autoplagiado y no les salió nada mal (escuchen «In the Court of the Crimson King» e «In the Wake of Poseidon» uno después del otro, y «Master of Puppets» después de «Ride the Lightning» para entenderme). Ahí está el segundo problema: que Boston ni siquiera hace una copia lo bastante buena como para que perdonemos la repetición constante. Las canciones están bien y se pueden escuchar, pero son tan normalitas que uno se muere por terminarlas para escuchar sus muy superiores plantillas. También, aunque sé que esto no es culpa del grupo, es un disco claramente incompleto. Se perciben algunas buenas ideas (siempre partiendo de la base de que son ideas recicladas), pero se pueden escuchar los meses de laburo que les faltó para que fuera algo más acabado. No solo los temas se vuelven repetitivos, sino que además el orden de estos es medio aleatorio. Un tema como The Journey hubiera quedado mejor como introducción del disco en vez de como segundo tema, mientras que Don’t Be Afraid me parece muy repentino como cierre, el cual hubiera estado mejor con A Man I’ll Never Be. Son todos errores que se van sumando y empañando el resultado final, el cual tampoco creo que hubiera sido despampanante con más tiempo, pero quizás sí terminaba siendo más sólido. ¿Qué le vamos a hacer?

Arrancamos con el tema título, que presenta una potencia aceptable en la guitarra y los versos, hasta que el estribillo se vuelve algo más lento y arrastrado. Parecería que están tratando de trabajar sobre la fórmula de More Than a Feeling de aumentar la intensidad a tope para después bajarla, pero no logran el mismo gran resultado, y queda como dos canciones que nada tienen que ver entre sí. Después tiene un buen solo de guitarra que es fiel al estilo del líder del grupo, pero partes aisladas de una canción no pueden salvar un todo irregular, encima de que dura seis larguísimos minutos la canción. En conclusión, decente inicio pero que podría haber sido mejor. Después viene The Journey, que es un interludio instrumental de tintes eclesiásticos. Según dijeron desde el propio grupo, la intención de este track es crear un tono similar a una revelación religiosa mezclada con la temática extraterrestre que sugiere la portada del disco. ¿Qué puedo decir? Todo bien, Scholz, pero este tipo de cosas dejaselas a Jimi Hendrix, que él sí sabe traer el espacio exterior a las seis cuerdas. Como dije antes, por ahí hubiera zafado si la ponían como introducción de disco, pero queda muy fuera de lugar cuando ves (escuchás) que desemboca en It’s Easy y no pega ni con plasticola. Al menos de Foreplay a Long Time había una transición delicada y pareja. Pero bue. Con respecto a la mencionada It’s Easy, es como una mezcla entre la melodía instrumental de More Than a Feeling, la parte cantada de Something About You y las alternancias de Long Time. Acá es donde podemos aplicar la dicotomía del vaso medio lleno o medio vacío. Si lo vemos como composición, es una mezcla de demasiadas cosas sin relación. Si lo vemos como una mezcla de demasiadas cosas sin relación, es una aceptable composición. Suena a que estoy siendo piadoso, pero en sí me parece una mala idea mezclar tantas ideas musicales diferentes cuando no hay genialidad que lo justifique, así que voy a ver el vaso medio vacío y decir que es un tema meramente pasable, por más que no sea el desastre que podría haber sido. Lo más rescatable de esta primera mitad es la balada A Man I’ll Never Be, que es de lo poco que se aparta en cierta medida de la fórmula del primer disco. Tampoco es que sea una sorpresa increíble, ya que se pueden seguir rastreando elementos del disco anterior si los buscamos con lupa, pero al menos puede llegar a dar la ilusión de novedad si no somos tan estrictos. No solo eso, sino que la melodía de piano es bella y las guitarras logran algo parecido a una catarsis de esas que Boston es capaz de generar. Quizás sus casi siete minutos son un poco largos, pero yo no me aburro en ningún momento. Una buena canción.

Feelin’ Satisfied arranca con casi el mismo riff que Rock and Roll Band, pero la melodía vocal y el riff que corta los versos obviamente están sacados de Peace of Mind, lo cual termina de confirmar el solo de guitarra. Si bien ninguno de los plagios de este disco es sutil, acá es tan obvio que me descompone el tema. Es técnicamente decente, pero el problema es que es tan «técnicamente decente» que no genera ninguna emoción profunda. Después tenemos Party, que vendría a ser el equivalente de Smokin’. Tan equivalente es, que también está compuesta por Delp y Scholz en forma colaborativa. Al menos la melodía es diferente, pero sigue siendo intrascendente y meramente agradable. Como en este disco se copiaron hasta el reparto en el protagonismo compositivo, tenemos otro tema de Brad con Used to Bad News. El inicio tiene ese mismo tono líquido de Let Me Take You Home Tonight, pero tiene una parte vocal todavía más agradable, una bien lograda explosión de guitarras y unos ribetes pseudo progresivos del órgano que la hacen bastante superior a aquella. Bien ahí, el bivalvo de tu hermana biológica. La segunda mejor canción del disco. La mejor es Don’t Be Afraid, en la que las guitarras brillan en toda su gloria, la melodía vocal es muy buena, las armonías vocales nos devuelven la alegría de vivir y el estribillo nos hace imaginar a un estadio entero cantando, pero cantando porque el tema es genuinamente bueno y no porque es una regla no escrita que a ese estribillo hay que cantarlo. Me llama la atención que esos «Oh oh oh» me recuerdan demasiado a Lick it Up de Kiss. Justo a esa banda poronga me tenían que remitir. Pero puedo perdonarlo porque Boston tiene más talento y porque Don’t Be Afraid es anterior. Por cierto, este tema es el único que había sido compuesto antes de que empezaran las grabaciones de este disco, ya que data de las primeras demos del grupo.

Imagínense hasta qué punto estaban creativamente agotados que su mejor canción acá es un tema de la primera época, y que el material más nuevo no es otra cosa que una sombra de su (por aquél entonces no tanto) vieja gloria. En los años 70 se había instalado la falsa leyenda de que More Than a Feeling era una canción hecha íntegramente con inteligencia artificial. Considerando lo limitada que resulta la IA en pleno 2024 cuando se trata de crear, quizás deberían haber sospechado no de un tema claramente original e impecable, sino de este disco entero donde el plagio abunda y la originalidad no aparece ni en figuritas. Si bien entiendo a Tom Scholz al estar enojado porque la disquera no le permitió pulir su trabajo, también creo que debería agradecerles porque al menos puede tirar la excusa de que el bajo nivel que hay acá no es responsabilidad suya. Y es que creo que el disco hubiera seguido siendo regular aunque hubiera tenido cinco años más de tiempo para terminarlo, y se nota por la cantidad de reciclajes constantes que dudo de que hubieran dado lugar a algo mucho mejor. ¿Por qué le pongo un siete, entonces? Bueno, porque no hay nada que se pueda llamar «ofensivo» (por muy intrascendente que sea) y porque hay tres canciones genuinamente buenas, de las cuales una es la más larga del disco. El disco dura 34 minutos y los temas buenos suman catorce, mientras que The Journey es más una introducción que una canción real. En total, podemos decir que hay catorce minutos buenos de 32. Casi un 50%. No está muy bien, pero tampoco está mal. Considerando que mucha gente dice que los siguientes discos no recuperarían el nivel de los dos primeros, se puede asegurar que acá aparecen los últimos vestigios de gloria de Boston, con la brutal Don’t Be Afraid cerrando una época. Es una cagada que terminaran su mejor momento de manera tan tibia, pero prefiero estos pequeños destellos de genialidad que nada. Además, comparado con lo poco que me gustaba el disco en un principio, se podría decir que pudo haber sido mucho peor. Lo tomo, pero con reservas. Con reservas, pero lo tomo.

miércoles, 10 de enero de 2024

The United States of America - The United States of America


Nota: 9+
Mejor tema: Hard Coming Love o The Garden of Earthly Delights.
Peor tema: The American Way of Love.

1)      The American Metaphysical Circus
2)      Hard Coming Love
3)      Cloud Song
4)      The Garden of Earthly Delights
5)      I Won’t Leave my Wooden Wife for You, Sugar
6)      Where is Yesterday
7)      Coming Down
8)      Love Song for the Dead Che
9)      Stranded in Time
10)    The American Way of Love


The United States of America, probablemente la banda más infravalorada de la historia. Con esto no quiero decir que sean la banda más olvidada de todas o la mejor cualitativamente hablando. Hay muchos grupos que los superan en ambos aspectos. Lo que quiero decir es que, si ponemos en una balanza su calidad musical y el poco reconocimiento que tienen, nos vamos a dar cuenta de que es uno de los grupos a los que más injustamente se les negó el éxito e incluso el derecho a existir. Aunque es entendible. Ahora vamos a desarrollar un poco esto.

Este grupo se formó en 1967 y se disolvió en 1968. Hasta ahí podría llegar la biografía, ya que no pudo haber pasado mucho de interesante en el mero lapso de un año. Afortunadamente para ustedes y para mi escritura, pasaron bastantes cosas en el seno de la banda en el mero lapso de un año, y las vamos a enumerar. La historia de este grupo se centra en (pero no se reduce a) Joseph Byrd. Este tipo era un musicólogo que había estudiado música y composición en la universidad de Arizona, además de que había hecho un posgrado al respecto en Berkeley. Después de estos estudios, se mudó a Nueva York, en donde trabajaría con Morton Feldman (nada que ver con Gordon Freeman de Half Life ni con el actor Morgan Freeman. Ya que estamos tampoco tiene relación con Marty Friedman de Megadeth) y con John Cage, que se especializaban en la electrónica y el minimalismo. A esto hay que sumarle la influencia que tenía sobre Byrd el alemán Karlheinz Stockhausen. Como podemos notar, no existe el más mínimo atisbo de rock en todas estas influencias. Entonces, ¿cómo es que se decidió a formar una banda de rock? Ya vamos a llegar a eso. A la historia de este tipo hay que agregar un nombre femenino: Dorothy Moskowitz. Joseph había conocido a esta chica en 1963 en la ya mencionada Liberty City Nueva York mientras este trabajaba en la grabación de música de la época de la Guerra Civil estadounidense para Time-Life. Se mudó con Dorothy a Los Ángeles ese mismo año y de ahí empezó a estudiar todo lo antes mencionado. También hay que destacar que se interesó en las políticas radicales y hasta se volvió miembro del partido comunista, lo cual tendría influencia en su arte. En 1966 se rompería su relación, y Moskowitz volvería a Nueva York, aunque seguiría en contacto con Byrd. A principios del 67, este empezaría a formar una banda de rock con el compositor Michael Agnello (nada que ver con el pintor Miguel Ángel ni con la tortuga ninja Michelangelo), Dorothy, el bajista Stuart Brotman (que venía de Canned Heat y que para nada está relacionado con Kent Brockman de los Simpson) y el experto en percusiones africanas llamado Craig Woodson. Llegaron a grabar algunas versiones primerizas de varios temas con esta formación, pero Agnello y Brotman dejaron al poco tiempo.

Al poco tiempo se le sumarían otros músicos que conformarían su primera alineación pública: Gordon Marron en violín y Rand Forbes en bajo. Entonces se volvieron un quinteto, pero Byrd invitó a ciertas grabaciones a Ed Bogas en teclados, ya que era un instrumento muy en boga. Nah, mentira. No lo invitó por eso, pero tenía que decirlo. Volviendo a la banda, Joseph se contactó con el ingeniero Tom Oberheim (en este caso no voy a hacer ninguna referencia a Oppenheimer. No, señor) para que le construyera un modulador de anillo, el cual después reemplazaría con osciladores electrónicos. A todo esto hay que sumarle que Marron le metió un divisor de octavas al violín eléctrico y que Woodson usó micrófonos de contacto en la batería y de esos resortes metálicos de juguete («slinkies» en inglés) a los timbales para darle un sonido más particular. Y si ven que no nombré la guitarra en ningún momento es por el hecho de que el grupo decidió prescindir de ella e imitar su sonido con los violines y sintetizadores. El objetivo de todo esto, de acuerdo a las palabras de su líder, fue «crear un grupo de rock politizado y avantgarde que mezclara sonoridades electrónicas, radicalismo musical y político y una performance artística». En cuanto al nombre de la banda, Dorothy explicaría que el objetivo era ser lo más provocadores posibles al usar el nombre de un país entero y todo lo que este representa en un grupo que va en contra de sus valores como forma de expresar un descontento político. Hecho todo esto, grabaron una demo que llamó la atención de Clive Davis (de la disquera Columbia), y fue gracias a su amigo David Rubinson Crusoe que consiguieron un contrato. Grabaron el disco a finales de 1967 y finalmente lo lanzaron al público en 1968.

¿Qué podemos decir del disco en sí? Y… que la palabra «rarito» no le hace justicia. Es un delirio total. Ni siquiera sé si llamarlo rock a lo que suena acá. Digo, las composiciones claramente imitan las melodías y estructuras de la música popular de aquél entonces, pero el tratamiento sonoro y el espíritu contracultural van mucho más allá de cualquier definición que uno le quiera poner. Hay rastros de música concreta, de protoelectrónica, de avantgarde, de psicodelia e incluso se notan influencias de la música yanqui de comienzos del siglo XX, en la cual logran ese extraño punto medio en que las melodías suenen tradicionales (como si realmente hubieran sido grabadas en el 1900) y raras (por todos los arreglos bizarros que le meten). Es muy difícil de describir. Sin embargo, como sugerí antes, las canciones realmente son pegadizas y están muy bien hechas más allá del collage sónico que las envuelve, y los sonidos electrónicos que ofician de sustituto de la guitarra hacen que realmente no la extrañemos en absoluto. El único motivo por el que no le pongo un diez al disco es por motivos estructurales más que musicales. Es decir, juntaron todos los temas excelentes uno atrás del otro y dejaron los temas «menores» desperdigados al principio y al final, de modo que se nota la diferencia de calidad. Ningún tema baja de «muy bueno», pero igual hubiera preferido más alternancias entre el nivel alcanzado. Una lástima.

El disco empieza con una música muy circense y mecánica a la vez, como si fuera la versión musical de «Tiempos modernos» de Charles Chaplin, hasta que entra Dorothy que no canta ni recita, sino un extraño punto medio. Es como si más bien nos ordenara que se nos pegue la melodía. A medida que avanza la canción, todo se va volviendo más robótico y electrónico, como si la maquinaria ganara más personalidad que lo humano. ¿Entienden bien por qué comparo esta canción con «Tiempos modernos»? The American Metaphysical Circus no es un gran tema en lo musical, pero gana puntos a rolete por ser una de las introducciones de disco más bizarras y particulares que haya escuchado nunca. Una experiencia que sí o sí merece ser experimentada. Pero si queremos delirar no solo con el concepto sino también con la música, se viene una seguidilla de seis temazos impresionantes. Hard Coming Love es hard rock, psicodelia y avantgarde a la vez. Esa símil guitarra mezclada con las líneas funky de bajo y el ritmo demoledor de batería crean un arranque estruendoso que nos va a hacer hervir la sangre a miles de grados Celsius y millones de grados Fahrenheit. Se siente eterna la introducción, pero es de esa eternidad que queremos que lo sea. Al minuto y veinte termina de manera repentina esa intro para pasar a la voz de Dorothy, que canta una de las melodías pop más inesperadas y pegadizas que se nos pueda ocurrir. Después de cada estribillo viene un ataque sonoro de sintetizadores que separan adecuadamente cada sección del tema, y así hasta llegar a casi cinco minutos. Esta es una de las canciones esenciales del rock de todas las épocas. La canción termina con un sonidito tranquilo de sintetizador que suena muy a «el equipo Rocket ha sido vencido otra veeeeeeeeeez», pero que siento que queda mejor como introducción de la siguiente pista, Cloud Song. Si alguna vez quieren saber el significado de la palabra «contraste», escuchen estas dos canciones una después de la otra. Tras la pesadilla de ruido blanco, viene una hermosa melodía que realmente da la sensación de estar flotando en una nube de música. Moskowitz suena más tierna que nunca, y esos arreglitos de clavicordio y violín son una ricura. Este tema no solo se adelanta a la música new age y ambient, sino que casi hasta las vuelve innecesarias (nah, mentira. No te vayas, Brian Eno. Te amamos, aunque a veces grabes cualquier boludez con la excusa de ser música de meditación). Belleza en estado puro.

Más rockera pero menos estruendosa que el promedio es The Garden of Earthly Delights, que empieza con un irresistible riff de órganos y sintetizadores, seguido por un veloz solo de bajo y la mejor melodía vocal del disco que alcanza su apogeo en ese «You will find them in her eyes/in her eyes/in her eyes», todo rodeado de soniditos de sintetizador que parecen disparos láser. Quizás el mejor tema del disco junto con Hard Coming Love. I Won’t Leave My Wooden Wife For You, Sugar es una curiosa mezcla de brit pop, country y una letra de tintes BDSM (el título del tema debería ser un indicativo de para dónde van los tiros). La melodía es recontra pegadiza, los sonidos de sintetizador que se asemejan a objetos pesados cayendo en una escena de un dibujito animado le dan más diversión al conjunto y el final repentino en el que parece que tocaran algún tema tradicional estadounidense del siglo XIX es muy contestatario. Bah, todo el tema está hecho para levantar polémicas, tanto en lo lírico como en lo musical (por la mencionada cita musical). Como no soy estadounidense ni conservador, puedo disfrutarlo como una genialidad única. Y, como nuevo contraste, tenemos el pseudo himno budista Where is Yesterday, con su fenomenal melodía mantraica y un manejo de las voces y los coros que ya quisieran los Beach Boys. Cada tanto aparece la batería para darle un ritmo aletargado y el ruido de los sintetizadores para volverlo más experimental, pero las voces solas ya hacen valer el tema. Uno de los mejores exponentes de este tipo de sonido. Para cerrar con la seguidilla de temazos, tenemos la rockerísima Coming Down, con su colorido solo de teclados sobre el que caen unas notas graves de sintetizador imitando una guitarra pesada, otra melodía vocal de calidad y varios ribetes electrónicos haciendo de solos de guitarra. Qué buena seguidilla.

Lo malo es que los tres últimos temas no llegan al mismo nivel, pero lo bueno es que siguen siendo muy buenas canciones que encima de todo aportan aún más diversidad al conjunto. Love Song for the Dead Che es una balada medio barroca, medio tango. Esto último viene muy bien considerando que su letra es una dedicatoria al recientemente fallecido (en aquél entonces, se entiende) Che Guevara. Muy seguramente por este tipo de cosas es que la banda no tuvo el éxito necesario, pero son los riesgos de una postura radical. Mejor que ser tibio es, eso seguro. Stranded in Time es un tema mezcla de pop con música clásica (a lo Eleanor Rigby) de muy buena melodía y una gran interpretación vocal de Joseph Byrd. Según se cuenta, nunca la tocaron en vivo porque requería un cuarteto de cuerdas y porque al grupo no le gustaba, aunque la incluyeron en el disco porque a Rubinson le encantaba. No la marco como temazo porque se siente medio subdesarrollada, pero es un muy buen tema dentro de lo que cabe. Ténganlo por seguro. Para cerrar el disco, la suite The American Way of Love, que vendría a ser como un resumen de todo el disco. Y no digo esto solamente porque musicalmente reúne ideas y conceptos de las nueve canciones anteriores, sino porque también incluso mete pedazos de esos temas. Hoy por hoy puede sonar a una idea muy quemada, pero en su momento no era nada común este tipo de reprises. Más allá de esto, tiene muy buenas melodías, pero por momentos se vuelve muy densa y ruidosa, además de que seis minutos y medio puede ser mucho para algunos. Igual, no me disgusta en absoluto y constituye un muy adecuado final para este disco tan revolucionario que ofició de debut y despedida.

Sí, gente. Dije debut y despedida. Es que, después de la grabación de este disco, los Estados Unidos de América pasaron a ser los Estados Desunidos de América, con todos los miembros peleándose y cada quién teniendo su propia visión artística, a lo que hay que sumarle el poco interés económico de la disquera por mantener activo el proyecto, con lo cual se tuvo que separar la banda. No es que todas estas cuestiones hubieran surgido con el tiempo, sino que el grupo ya había nacido cargando estos problemas. Por lo que contó Byrd, incluso durante las grabaciones había conflictos, hasta el punto en el que cada sesión de grabación era también una sesión de terapia. A esto agregó que ese es el peligro de trabajar con personas de ideales tan diferentes e irreconciliables. Como sociedad argentina que somos en este lado del charco, deberíamos aprender a trabajar unidos y no dejar que las diferencias nos dividan. Este es el manifiesto comunista musical de Joseph Byrd que yo he decidido convertir en un manifiesto patriótico peronista para el pueblo argentino. O algo así. Pero bueno. Al menos de este experimento nos quedó un discazo que se adelantó a todo y que era diferente a todo en la época en la que la música de por sí se adelantaba a todo y era diferente a todo. Si alguna vez se quiere escuchar los inicios de géneros como el krautrock y de bandas como Radiohead, Portishead y otras bandas que pueden incluir o no la palabra head en el nombre, recomiendo mucho este trabajo. Completamente único y novedoso incluso con el pasar de las décadas.

viernes, 5 de enero de 2024

The Gun Club - Fire of Love


Nota: 10+
Mejor tema: Sex Beat.
Peor tema: Goodbye Johnny.

1)      Sex Beat
2)      Preaching the Blues
3)      Promise me
4)      She’s Like Heroin to me
5)      For the Love of Ivy
6)      Fire Spirit
7)      Ghost on the Highway
8)      Jack on Fire
9)      Black Train
10)    Cool Drink of Water
11)    Goodbye Johnny

 

Año nuevo, vida nueva. Algo así dice el dicho. Honestamente, no sé qué tanto sentido tiene la idea de que una celebración totalmente inventada basada en medidas de tiempo totalmente inventadas pueda afectar la mentalidad objetiva de una persona. Sin embargo, también es cierto que los seres humanos necesitamos festejos y fechas simbólicas, y la verdad es que hay que ser muy engreído para creerse por encima de todo eso. Además, el cambio de año a mí sí que me inyectó nuevas energías para volver a escribir. No solo otra reseña, sino una reseña a una banda que está en las antípodas absolutas de lo último que había reseñado. Es así que, después del rock progresivo exquisito e infalible de Pablo el enterrador, les traigo el punk visceral y pantanoso de una banda igual de buena y muy desconocida en esta parte del mundo: The Gun Club. Vamos con ella.

The Gun Club es una banda famosa (famosa hasta ahí nomás) por mezclar el punk con la música de raíces norteamericanas. Algo así como The White Stripes, pero incluso mejor. El principal artífice de este grupo fue el guitarrista y vocalista (pero principalmente guitarrista) Jeffrey Lee Pierce, a quien considero el más creativo del género en su instrumento. Incluso mejor que el sublime Johnny Thunders. En una reseña a este grupo, es inevitable que tenga que contar la historia de este genio musical absoluto, así que agárrense.

Jeffrey nació un 27 de junio de 1958 (bah, como si hubieran más 27 de junio de 1958. Lo que hay es 27 de junio de otros años, así que esa generalización está de más). Era el hijo de un matrimonio multiétnico, de padre anglosajón y madre mexicana. Aprendió a tocar la guitarra a los diez años y se mudó a El Monte (Los Ángeles) durante la adolescencia. Años más tarde, ya en los 70, se interesó por el glam rock y el rock progresivo, lo cual contrasta mucho con el típico punkito que odia a muerte a este último género. A mediados de esa década, vio en concierto a Bob Marley, lo que lo volvió fan del reggae y lo inspiró a ir a Jamaica para nutrirse de esa música. También era muy fan de Blondie y de Debbie Harry en particular, hasta el punto de ser presidente del club de fans de la banda en la sede de Los Ángeles. Ya a finales de la década, se vio muy inspirado por el emergente punk, sobre el cual escribía para la revista Slash. Además de esto, dejaba ver su conocimiento del blues, el rockabilly y el ya mencionado reggae en sus escritos, los cuales firmada con el seudónimo «Ranking Jeffrey Lea», con lo cual ya desde su nombre incitaba al público a que lea. Obvio que nadie le dio bola porque esa es una palabra en español y esa gente no tiene ni idea de otro idioma que no sea el inglés. Pero bueno. En esa misma época decidió meterse en la música ya no como un mero escritor de artículos, sino como un intérprete. Fue acá que conoció a Phast Phreddie Patterson, quien lo introdujo en la música de raíces, además de interesarse por la movida No Wave de Nueva York. Siendo Lee el melómano que era, empezaba a sentirse desilusionado por la chatura y lo estricto que se estaba volviendo el punk, por lo que decidió revitalizarlo fusionándolo con otros estilos.

A partir de acá, convenció a su amigo Brian Tristan (más conocido como Kid Congo Powers) de tocar la guitarra y desarrollar un estilo propio, tras lo cual lo invitó a formar parte de lo que sería el germen de la banda que nos compete: Creeping Ritual. También tuvo la oportunidad de hacerse amigo de su amada Debbie Harry, quien hasta le pasó una receta para teñirse el pelo del mismo rubio que ella. Con el tiempo, a Creeping Ritual se sumaron el baterista Terry Graham y el guitarrista Rob Ritter y se transformaron en los ya conocidos The Gun Club, nombre sugerido por el compañero de habitación de Pierce, que era Keith Morris (de Black Flag y Circle Jerks). Y de ahí, corte que grabaron las canciones de este disco, corte que Chris D. (de The Flesh Eaters) les produjo cinco de los temas, corte que Tito Larriva (de Tito & Tarántula) les produjo los otros seis, corte que el disco salió en agosto de 1981, corte que el disco fue un éxito y muy influyente…

CORTE QUE TE PONGO (Capusotto as Juan Estrasnoy did it).

Bueno, ¿qué podemos decir de esta obra que es otra de mis favoritas? Pues que es un tremendo disco punk. Punktanoso, impunktante y sin punkralelos en ese momento, ya que todo lo que se punkrece salió después y fue directamente inspirado por esta obra. No por nada este disco es considerado el inicio del género llamado punk blues. Me animo a decir que este disco captura mejor la esencia del azules que muchos discos de Led Zeppelin y de Cream. Jeffrey parece la reencarnación directa de Robert Johnson y se corona como un pilar de la guitarra en un género tan limitado. Quizás no suena tan profesional ni técnico como el mencionado varios párrafos atrás Johnny Thunders pero, en materia de creatividad, deja incluso a un capo como él a la altura del Robert Johnson pre Encrucijada. Claro que, como digo siempre, ninguna innovación técnica vale si no hay buena música que lo respalde. Afortunadamente, todas las canciones están bárbaras. De la primera a la penúltima. Solamente el cierre, llamado Goodbye Johnny, se queda un poco atrás. No tiene arreglos ni sonidos deslumbrantes, pero zafa porque queda muy adecuado que el título del tema tenga la palabra Goodbye. Ah, y porque el tema sigue siendo bueno y da cierto aire de despedida. Quizás le falta explotar un poco más, o quizás lo más adecuado sea que no sea del todo explosiva y se contenga un poco. Cada quién puede tomarlo o dejarlo. Yo lo tomo. Con reservas, pero lo tomo.

Los otros diez temas son un rosario absoluto de clásicos del género. La apertura, Sex Beat, va creciendo como la serpiente del Snake cuando come una bolita y atacando sin piedad como Solid Snake de Metal Gear cuando tiene que cumplir una misión y no hay lugar para ser sigiloso. Desde el guitarreo punzante y marcado del inicio, pasando por los versos bañados en veneno hasta el estribillo rockabilly, no hace más que hacernos brotar adrenalina por los poros. Yo conocía este tema porque apareció en el juego de Scarface que salió en 2006, el cual jugaba con amigos entre 2010 y 2012, pero en ese momento no conocía a la banda, así que no pude presumir cultura musical. Una lástima. También tenemos dos versiones de viejos bluesmen conformando lo que TV Tropes llama «bookends». Es decir, cuando dos escenas encajan perfectamente. Es así que estos covers hacen de anteúltimo y posprimer tema. Preaching the Blues es del ya mencionado Robert Johnson, y acá suena como una canción de rodeo. Entre el ritmo galopante, el riff de guitarra y la entonación vaquerizada de Pierce, la canción es un caballo furioso que se resiste a ser domado, y ese cierre súbito definitivamente nos tira de la silla de montar. Esta canción es una fiera. En contraste, Cool Drink of Water (de Tommy Johnson) es más tranquila, pero no por eso menos tensa ni menos excelente. Ese guitarreo seco como desierto (muy acorde a la letra) y el bajo marcando un ritmo típico del blues son una de las mejores representaciones musicales de lo que es estar sediento. El tema explota en solos cada tanto, pero nunca termina de saciar, lo cual está bien porque es lo que busca representar. Al final, todo se apaga como cadáver que terminó de descomponerse al sol. Otra gran muestra del conocimiento del lenguaje blues que manejan estos muchachos.

Nos quedan siete temazos por describir. For the Love of Ivy es una dedicatoria a Poison Ivy, cofundadora de The Cramps. La guitarra suena totalmente electrizante, como si en vez de cuerdas tuviera cables de alta tensión. Esto es muy oportuno, ya que Poison Ivy es también el nombre de un personaje de Batman, y hubo un capítulo de la serie animada de Batman en el que esta y Harley Quinn se juntaron con la enemiga de Superman conocida como Livewire. La palabra livewire significa literalmente «cable de alta tensión», así que ahí hay una coincidencia que no alcanzamos a ver. Volviendo al tema, amo cómo Jeffrey se desgañita gritando y gimiendo y gruñendo. Cuando parece que el tema va a terminar en silencio, grita «I was all dressed up like Elvis from hell, HELL», los instrumentos revientan en potencia por un par de segundos y, ahora sí, cierra. Promise me me recuerda un poco al disco «Up on the Sun» de Meat Puppets. Es totalmente hipnótica en su combinación de violines, arpegios crecientes y la voz casi susurrada y casi delicada de Jeffrey. Ghost on the Highway tiene un riff muy parecido al que aparece al cuarto minuto de Great King Rat de Queen, pero mucho más violento y acelerado, como si un auto estuviera escapando del fantasma de la carretera que menciona el título, con esos slides filosos que bien podrían ser ruidos de almas en pena. Black Train tiene un ritmo de batería insaciable e imparable que parece la marcha de un tren, y esos arreglos de guitarra a los que la voz remata con agudos rasposos completan la imagen. Y ya que estamos con simbolismos para hablar de la música, She’s Like Heroin to me es heroína corriendo por las venas, lisa y llanamente. En este caso no me esforcé mucho en trazar un paralelismo, pero es lo que busca la canción, así que no voy a mentirles y decir que representa otra cosa. Lo que sí voy a decirles es que su estribillo se clava con la fuerza de una aguja y que el frenesí que corre en sus dos minutos con cuarenta segundos no deja indiferente a nadie. Dejándonos de metáforas, Jack on Fire es lo que los españoles llamarían «chulería pura». Es imposible que el riff mastodónico y el carisma vocal no te tengan pegado al reproductor de música como un idiota incapaz de masticar chicle y cruzar la calle al mismo tiempo, sobre todo en esos ruidos gloriosos de guitarra que van apareciendo sobre el final. Por último, Fire Spirit quizás tarda un poco en agarrar ritmo pero, una vez que lo hace, agarrate Catalina que Claude le pega un bazucazo al helicóptero en el que intentás escapar en la última misión de GTA 3. Ese estilo entre punk y rockabilly la rompe completamente. Todos temazos, ¿qué más puedo decir?

Y… que este es un discazo, pero la verdad es que con esto no digo nada que no haya dicho ya. Y bueno, no hay otra forma de definirlo. Es uno de los mejores discos punk de la historia. Con un estilo diferente a todo lo conocido y cargado de temazos. Aun así, tan buena como es esta obra, considero que su mejor momento todavía estaba por venir. Su segundo disco quizás no cambiaría mucho de estilo, pero perfeccionaría aun más lo que se escucha acá. Aunque ya vamos a hablar de aquél. De momento quedémonos con esta maravilla de disco debut y con su innovación indiscutible. Otro infaltable en cualquier colección.

miércoles, 12 de julio de 2023

Pablo el enterrador - Threephonic


Nota: 10
Mejor tema: Difícil elegir, pero supongo que Entre el bien y el mal o Páginas de cristal.
Peor tema: Los cielos de Irak.

1)      La marcha del regreso
2)      Pasión
3)      Caída libre
4)      Entre el bien y el mal
5)      Páginas de cristal
6)      Encontraré un lugar
7)      Los cielos de Irak
8)      Solo y desafinado
9)      Clave de sol


Bien, gente. Última reseña de este grupo, ya que este es su último disco. Después de esto voy a ver si vuelvo a hibernar por un largo tiempo más y si sigo jugando al Stardew Valley, que es un juegazo pero que no tiene fin, por lo que solo termina cuando uno decida dejar de jugarlo. Hasta que llegue este momento, me tienen aquí nuevamente, en forma de reseñas. Como Alf.

Con respecto a la biografía de este disco, tengo que remontarme unos años antes de su gestación para hablar de cómo surgió. El grupo había presentado su segundo disco en Rosario, con Rubén Goldín de invitado (recordemos que, aunque importante para la creación del grupo, lo había abandonado antes de que se pusieran a grabar). La presentación fue tan exitosa que el propio Goldín los invitó a tocar en Buenos Aires en el pub «La casona del conde de Palermo». Dicho recital se dio el 19 de junio de 1998 con Rubén de invitado y representó el primer concierto del grupo en la provincia. Tras este, Omar López deja el grupo por motivos de trabajo y la banda siguió como un trío, adaptándose a las dificultades de tocar en ese formato canciones concebidas originalmente para cuatro instrumentistas. El segundo y último recital que dieron allí fue en la ciudad de Hurlingham, en un festival organizado por la periodista Norma Vicedo. Este recital fue el 1 de septiembre de 2001. Fue después de este evento que la banda se puso a trabajar en material nuevo, para el cual compusieron catorce temas. Las grabaciones habían empezado bien ya que había intercambio con el estudio de grabación (en el sentido de compartir la edición a cambio de horas libres de grabación), además de que no había presiones de ningún tipo. Todo esto durante el año 2004. Además de esto, al año siguiente vencería el contrato que tenían con PRW respecto a la edición de su debut, lo cual haría que este fuera reeditado por el sello Viajero inmóvil Records. Para desgracia de todos, el 3 de septiembre de 2005 fallecería el Turco Antún por una enfermedad prolongada. Diez de esos catorce temas habían quedado ya bien armados, y Blanc en una entrevista declaró que el disco se iba a llamar «Threephonic», y que habían elegido ese nombre porque, en palabras de él, habían quedado tres haciendo rock sinfónico (y yo que pensaba que se llamaba así por ser su tercer trabajo. Mi sorpresa fue casi tan grande como cuando me enteré de que la Edad oscura no se llama así por las atrocidades que eran la norma en este período, sino por lo poco que sabemos de esa época). Además, planeaban presentarlo tanto en Rosario como en Buenos Aires. Aparte de la muerte del Turco, otros motivos que desconozco dejaron al disco en un parate de más de una década, hasta que fue finalmente lanzado a la venta en 2016. Y gracias al cielo.

En cuanto al trabajo, mi opinión sobre él ya podrán imaginarla por la nota que le puse. Otro diez más. Parece mucho ponerle la máxima nota a cada trabajo que haya lanzado la banda. Esto puede parecer pecar de un fanatismo inconcebible, y probablemente lo sea, así que voy a empezar hablando de sus defectos para balancear un poco las cosas, tal y como Thanos querría. Bah, no los llamaría defectos en el sentido más literal de la palabra, pero sí que me hacen un poco de ruido en el contexto de que es esta banda y no otra. El primero es el estilo. Hasta el momento, Pablo el enterrador se había caracterizado por mezclar motivos latinoamericanos con la tradición inglesa del progresivo. Sin embargo, acá se pierde bastante ese toque distintivo para ser un rock progresivo más al uso. Independientemente de la calidad de estas canciones, uno no escucha el disco y dice «esto es Pablo el enterrador, sin duda alguna», y es una lástima realmente. Me hace imaginarme cómo hubiera sido un tercer disco que profundizara en lo que llegó a significar la propuesta de la banda en algún momento. El segundo «defecto» está en la calidad individual de las canciones. Todas son de un alto nivel, pero no encuentro algo a la altura de El carrusel de la vieja idiotez, Elefantes de papel, Nariguetas o Emigrante tomadas una por una. Está bien que un grupo no puede revolucionar la música toda su vida (salvo que sea los Beatles), pero los Pablos habían dejado la vara muy alta en ese sentido. Insisto, no sé si sea una falla o si simplemente estoy esperando lo imposible, pero ninguna de estas canciones entraría en mi top 10 de la banda.

Ahora, y lo recalco una vez más, este disco tiene un diez, y un diez no es una nota fácil de obtener siquiera de parte de un tipo tan generoso y laxo con las puntuaciones como lo soy yo, así que algo tiene que tener de bueno. Bien, se los digo rápido y simple. Si algo me gusta de este disco es que el grupo está simple y sencillamente ENCENDIDO. A lo largo de estos nueve temas, independientemente de si el sonido es más genérico, independientemente de si no hay un clásico eterno, se despliega pura maestría compositiva, interpretaciones impecables y una parejez digna de lo que uno vería al mirar al horizonte. No, este disco no me conmueve tanto como los siete primeros temas de «2», pero a la vez resulta ser más sólido de principio a fin, hasta el punto en el que incluso su tema menos estelar está varios peldaños más arriba de los temas menos interesantes de su anterior placa. Un retroceso con avances, lo llamo.

Pasando a los temas, hay dos que datan de la primera época de la banda, y casualmente son los dos instrumentales. La marcha del regreso y Caída libre. El primero es muy adecuado para abrir el disco. No solo por su título (toda una declaración de intenciones), sino por su arreglo cuasi gótico de teclados, que me recuerda a Tocata y fuga en Re menor de Bach y parece estar diciendo textualmente «¿nos extrañaste? Genial, porque acá estamos de vuelta». A medida que avanza va alternando a cada rato entre lo más antémico y lo más oscuro, para gran efecto. Tiene alguna que otra variación, pero en general se construye desde las repeticiones, y funciona muy bien. El otro instrumental también hace honor a su nombre, ya que la música parecería estar cayendo desde el cielo sin paracaídas. Es bastante más rockera y no sé si seré yo, pero le siento un aire a The Straightener, que era la segunda parte de Wheels of Confusion de Black Sabbath, aunque tiene suficientes elementos distintivos para que no se sienta una mera copia. Y ya que mencionamos a Black Sabbath, la guitarra de Pasión parecería querer imitar el tritono aplastante de Tony Iommi, aunque de manera algo más light, aparte de que su melodía vocal (y la forma de cantarla) resultan frías y lejanas. Muy acordes a la letra. No puedo dejar de mencionar los últimos dos minutos y medio de la canción, en los que se mandan un solo de guitarra a la altura de los mejores. Es bueno que el paso del tiempo no haya hecho que el grupo aflojara su capacidad de composición e interpretación.

Dos canciones que no puedo mencionar si no son juntas son Entre el bien y el mal y Páginas de cristal. Ya van a entender por qué. La primera es, con siete minutos y medio, la más larga del disco. Tiene una percusión programada que me recuerda mucho a Mama de Genesis y un desarrollo también reminiscente a este tema, aunque no se sienta tan cargado y caliente. José Blanc suena más vulnerable que nunca, con las guitarras y los teclados haciendo un infernal telón de fondo. No puedo evitar sentirme desprotegido cuando llega el estribillo. Un consejo, si escuchan este tema en un espacio abierto, asegúrense de mirar hacia atrás a cada rato para confirmar que nada ni nadie los esté acechando. Temazo. Si esta canción me hace acordar a Mama, el riff de teclado eléctrico de Páginas de cristal me recuerda a That’s All del mismo disco. Casualmente, y al igual que pasaba con Mama y That’s All, tanto Entre el bien y el mal como este vienen uno seguido del otro. ¿Ahora entienden por qué tenía que mencionarlos juntos? Volviendo a la presente canción, mantiene el halo de oscuridad que viene siendo la norma en este álbum. Sí, es un poco más movida, pero sigue inundando mi mente de tinieblas. El final es más rockero aunque sin perder el regusto sinfónico. También es tremenda.

El primer rayo de luz en toda la obra lo encontramos en Encontraré un lugar, que es mucho más optimista gracias a los altivos acordes de guitarra que se van a repetir constantemente a lo largo de la canción, los tonos mayores en la voz y ese intermedio «Lucharé, lucharé» que le da paso a lo que parece ser un minisolo de bajo electrónico (¿existe tal cosa?) para luego desembocar en aquello a lo que sonaría el rock progresivo con valores de producción ochentosos. Suena mal en el papel, pero el grupo tiene talento de sobra para que no resulte en un bochorno, sino en un glorioso clímax que desgraciadamente cierra con el tan quemado fade out. Aunque bueno, si le van a hacer un homenaje a los ochentas, ¿por qué no repetir también sus falencias? Sigue siendo una gran canción. Entre la oscuridad y la luz se mueve el tema Los cielos de Irak. Su inicio es raro, ya que resulta hasta bailable y… ¿pachanguero? No sé si sea la palabra, pero es a lo que me remite. Lo que sigue no es totalmente oscuro, pero sí que sugiere oscuridad por el dramatismo que evoca. Sobre el final se vuelve algo más esperanzadora, como una luz al final del túnel. No es de mis temas favoritos de la banda ya que no me mueve al 100%, pero igualmente creo que suma más de lo que resta y, como ya dije, es mejor que los temas más flojos de su anterior placa, así que está todo bien.

Las dos últimas canciones son las más cortas del disco, y representan los dos extremos de este. El Yin y el Yang. Faltaría el Yo. ¿Se acuerdan? ¿Yin Yang Yo? ¿A alguien le suena alguna campana? Lo dudo, pero bue. Solo y desafinado sería el costado más oscuro, aunque en sí no sea totalmente desoladora. El trabajo de guitarra es muy bueno y las declamaciones de Blanc, aunque no muy amenazantes, resultan convincentes. Me gusta mucho, por más que sea algo repetitiva y que no resulte especialmente sinfónica. Por último, Clave de sol es el himno a la esperanza de este disco, y por afano. Instrumentalmente es de lo más optimista y su mensaje es precioso. Me gusta especialmente la última línea de la canción (y del álbum y de la banda): «No, no parece real, que entre tanto dolor se abre camino la vida». No llega al nivel de «And in the end, the love you take is equal to the love you make», pero es un muy bonito testamento de todas formas. El tema cierra con un solo de guitarra acompañado de una flauta, todo en fade out. Podrían haber obviado este recurso en el último tema de su último disco, pero tampoco me voy a quejar mucho.

Como conclusión, este disco es tremendo. Como dije en la reseña del debut, aquél podría ser el mejor disco progresivo de los 80. Como no dije pero sí sugerí en la reseña del segundo álbum, ese podría ser el mejor disco progresivo de los 90. En este caso, no me animaría a decir que este es el mejor disco progresivo de la década del 2010, más considerando que el siglo XXI en general es una época en la que hay exponentes de estilos de todo tipo, también de música progresiva, por lo que sería muy aventurado darle tal galardón. Sin embargo, si alguien más experimentado que yo me dice que es el mejor álbum de su tipo dentro de ese período, no me sorprendería. Es que es espectacular. Originalmente quería ponerle un nueve para no parecer tan fanático del grupo y porque me movía la mentalidad de que ninguna banda/artista consagrado del siglo pasado puede sacar un disco de diez puntos décadas más tarde (máxima que también tentó al reviewer Don Ignacio a no darle la nota más alta a «Heathen» de David Bowie, como bien explicó en su reseña al mismo). Sin embargo, y al igual que hizo el mencionado Don Ignacio, prefiero ignorar las reglas no escritas y darle la más alta calificación. ¿Merece objetivamente el diez este trabajo? No lo sé. Quizás no. Pero, en lo personal, me transmitió la energía, entusiasmo y buen gusto de cualquier otro disco con esa calificación, así que voy a escuchar a mi corazón y ponerle la nota que siento que quiero ponerle. Mi más sincera recomendación.

Y así termina la que considero, quizás, la mejor trilogía de discos en la historia del rock argentino (y no, Pescado Rabioso no cuenta ya que solo sacó dos discos de estudio. El tercero, «Artaud», es un disco solista de Spinetta con el nombre del grupo encastrado en la portada por meros motivos contractuales). Voy a hacer algo que casi nunca hago, que es ponerme sentimental unironically y agradecer personalmente a los miembros de la banda. Gracias, Pablo el enterrador. Gracias por darle importancia a cada nota que tocan. Gracias por darle más valor a la calidad que a la cantidad. Gracias por honrar el arte de hacer música. Gracias por elevar la música rosarina hasta las estrellas. También quiero agradecerle a alguien que muy probablemente no les suene en lo más mínimo: a Peperina, la ayudante de la banda y mediadora entre el grupo y los fans. Esta mujer es un amor de persona y recibió con mucho entusiasmo las palabras de admiración que le envié al grupo, además de que hace un gran trabajo atendiendo las palabras de los fans, así que la considero tan importante como los músicos. Gracias totales. Nos vemos este viernes (nuevamente, si es que se lee esto antes de esa fecha. Considerando que escribo esto y que lo estoy publicando apenas un par de días antes del recital, va a quedar viejo muy rápidamente. Pero está hecho con cariño, así que se perdona).

martes, 11 de julio de 2023

Pablo el enterrador - Pablo el enterrador 2


Nota: 10
Mejor tema: Nariguetas.
Peor tema: Accionista.

1)      Nariguetas
2)      La ciudad eterna
3)      Emigrante
4)      Sentido de lucha
5)      San Vicente
6)      Solo viento
7)      Mitad por mitad
8)      Accionista
9)      Fotografía


Segunda crítica de Pablo el enterrador, segundo disco de Pablo el enterrador, segunda obra maestra, segundo Francia. El viernes 14 de julio de 2023 (del año en el que estoy escribiendo esto. Cuando alguien llegue a leerlo, probablemente sea mucho después) el grupo va a tocar en vivo en el teatro El círculo y yo saqué la entrada ni bien lo anunciaron. Va a ser una noche épica, eso seguro. Espero poder hablar de sus tres discos antes de que llegue ese día. Como un homenaje por los 50 años del grupo. Ya se verá.

No tengo muchos datos a fondo del contexto que rodea la vida del grupo en detalle. O sea, sé que podría preguntarles a los miembros de la banda (quienes son relativamente accesibles en redes sociales), pero siento que eso sería muy invasivo, así que voy a guiarme por lo que dice en el disco (el cual tengo original junto con el que sacaron antes y el que sacarían después) y por la info que da la propia banda en su página de Facebook. Algunas partes voy a tener que medio llenarlas con especulaciones, pero vamos a ir viendo. Después de la grabación de su sublime debut, el grupo se tomó un largo descanso creativo. Más de diez años. Doce, para ser más precisos, ya que la grabación de este álbum empezó en mayo de 1995 (tres meses después de que yo naciera, por si a alguien le importa. Spoiler: a nadie le importa). El disco fue compuesto, arreglado y grabado en el estudio rosarino «Del camote Records». Tras haber hecho esta parte del trabajo, quedaba la mezcla y masterización, la cual extendió el trabajo hasta mayo de 1997 (justo dos años). Los masters fueron enviados al sello brasileño PRW, el cual demoraba en editarlo y esto llevó a pensar en que no había interés en lanzarlo. Además en el contrato había una cláusula que decía que, si no se lanzaba al año, quedaba liberado para otras compañías. Fue entonces que reapareció Rubén Goldín, quien los puso en contacto con la discográfica argentina EPSA Music. Como ya no poseían los masters, tuvieron que hacer las mezclas de nuevo. Incluso aprovecharon para invitar a Rubén a cantar Sentido de lucha. Quiso la suerte que ambas masterizaciones salieran casi a la vez en CD en 1998 con dos nombres diferentes: «Pablo el enterrador 2» por parte de PRW y «Sentido de lucha» por parte de EPSA Music, que además presentaban cada versión diferente arte de tapa y diferente orden de las canciones. Se podría decir que la versión «canónica» del disco es la brasileña, ya que es la que después fue reeditada y la que estoy reseñando yo. Algo así como cuando se decidió que el final canónico de Max Payne 2 sea el final malo, con la diferencia de que acá es para mejor que esta versión sea la oficial. Pero bueno.

Con respecto al disco en sí, hay un par de pequeñas diferencias con el primero. La más importante es el cambio de sonido. El debut ya tenía influencias de la música latinoamericana, pero acá esa influencia es mucho más notoria, al punto de que ya no tiene sentido hablar de progresivo con toques folclóricos, sino más bien de música folclórica que es progresiva, si entienden a lo que me refiero. Parece muy insignificante la forma en la que lo planteo (simplemente cambiar el orden de los géneros mencionados), pero el orden de los factores SÍ altera el producto. Por lo menos lo hace acá. Casi parece más un disco de folclore con toques de clasicismo. Esto lo hace más interesante a nivel sonoro y estilístico, aunque desgraciadamente viene la segunda diferencia. Este disco está un peldaño por debajo de su predecesor en términos de calidad global. No es que sea mucho peor. Es más, hasta el séptimo tema, es incluso mejor. El problema es que las dos últimas canciones, sin ser malas, no terminan de mostrar la misma calidad. Pero es una queja menor. Después de todo, el primer disco era tan pero tan bueno que hay un Gran Cañón de distancia entre «inferior a aquella obra maestra» y «porquería insalvable». De hecho, también le doy un diez porque nunca llega a siquiera rozar la mediocridad y tiene cualquier cantidad de grandes temazos. Vamos a ellos.

El viaje empieza con Nariguetas que, a pesar de lo que dije en la reseña anterior con respecto a los dos primeros temas de aquella primera obra, también es seria candidata a mejor canción del grupo. Esa bellísima introducción de piano es el equivalente sonoro a un collar de perlas, y la melodía vocal sigue un compás muy folclórico, incluso más que cualquier cosa del primer disco. Los solos de sintetizador y los crescendos instrumentales son la definición misma de la belleza. Destaco cuando la voz de Blanc revienta, muy adecuadamente, en ese «reventará la VOOOOOOOZ». Esto sí que es consonancia lírico-musical (que supongo que sería una especie de antónimo al famoso término videojueguil «disonancia ludonarrativa»). Y ese final que se va apagando lentamente a lo Elefantes de papel sin dudas queda mucho mejor de lo que hubiera quedado un fade out. Obra maestra. Y si decía que este tema suena muy folclórico en lo vocal, el siguiente directamente parece una chacarera con ambiente e imaginería progresiva. Se trata de La ciudad eterna, que invita a bailar apretadito con otra persona (que no necesariamente tiene que ser del sexo opuesto). El estribillo no difiere mucho de los versos melódicamente, pero a la vez suena como la merecida conclusión a la intensidad que estos crean, y la mezcla de teclados, sintetizadores y flauta crean un ambiente de ensueño pero bien latino. Preciosa.

Emigrante es el segundo magnum opus del disco y, de paso, el tema más largo de la banda. Ocho minutos y medio. Medio corto para ser lo más largo de una banda progresiva, pero no es cuestión de minutaje, sino de aprovecharlo adecuadamente (¿qué? ¿Se pensaron que iba a decir «no es cuestión de tenerlo largo, sino de saber utilizarlo»? Pues no, no voy a hacer ese chiste. Aunque lo acabe de hacer, pero esto fue algo absolutamente necesario). Tiene dos partes bien diferenciadas pero con buena transición entre una y otra. La primera es más triste y melancólica, que describe cómo alguien se va de su país seducido por el famoso «sueño americano». Esta parte transmite tanta tristeza que parece ser algo muy personal para el narrador de la historia, como si aquél que se fue fuera un pariente o un amigo muy cercano. La segunda mitad es más… no voy a decir festiva porque no lo es propiamente, pero sí más movida y con cierta alegría. En esta segunda parte se describe cómo ese emigrante descubre que el lugar al que fue no es ninguna garantía de una vida mejor. Todo lo contrario, es un ciudadano de segunda allá. Esta efusividad musical hace parecer que el que canta la letra se ríe del bulo que se comió el emigrante, aunque hay cierto lugar para la esperanza cuando lo invita a volver a su tierra natal. No tengo mucho para decir en profundidad de la música en sí, pero es hermosa y le da todavía más relieve a la historia, así que entra en mi top 5 de canciones de la banda. Sentido de lucha es más dramática que triste, y cuenta con otra brillante performance de piano que llena todos los huecos, mientras que la voz (asumo que de Rubén Goldín por lo que conté antes) guía el conjunto a diversos clímax de todo tipo. Esta canción es la enésima prueba de que no se necesita distorsión a tope y una base rítmica avasallante para sonar intenso. A veces, lo sutil pega mucho más fuerte. También me gustan mucho ese solo en tonos menores de sintetizador que le da aún más melancolía, al cual lo sigue el solo de guitarra con el instrumento casi llorando, lo que hace que cierre la canción de forma inmejorable.

San Vicente es una versión del músico brasileño Milton Nascimiento, y es la única versión que haya hecho el grupo (hasta donde llega mi conocimiento). Empieza con una muy alegre línea de teclado aflautado que le abre el paso a unos versos de carácter más íntimo. El comienzo del estribillo, con ese «cooooorazóooon améeeericaaaano», parece que va a volver más dramático al tema cada vez que aparece, pero el remate lo vuelve más melancólico y derrotista. Después va volviéndose más ampulosa a la manera típicamente progresiva pero, a diferencia de la mayoría del rock progresivo, nunca se vuelve pesada, sino que siempre mantiene la frescura y la solfa. Eso es ser poco trivial, y me encanta. Aunque Solo viento no es un cover, la letra fue escrita por el músico Jorge Fandermole. Y es una gran letra. La música no se queda atrás, por su pollo. Es una nueva mezcla entre un piano digno de música clásica apoyando una cadencia y melodía vocal más propia del folclore, con unos tímidos toques de sintetizador dando un ambiente más etéreo y hermoso. La canción no presenta muchas variaciones y se mantiene hasta estática durante los seis minutos que dura, pero está tan magistralmente interpretada que cualquier cambio o explosión de intensidad podría llegar a arruinarla. No, señor. Déjenla como está. Después viene Mitad por mitad, que es un poco rara, ya que representa una especie de fusión entre progresivo, folclore y new wave. Tiene la melodía más pegadiza del disco. Y no es que las seis anteriores canciones no tengan buenas melodías, pero aquellas quedan en la memoria más por su belleza o intensidad que por su pegajosidad, mientras que acá suenan hasta chiclosos. Esto no lo digo despectivamente, sino que simplemente lo explico para hacerles entender el cambio estilístico. La melodía es fantástica, y los arreglos instrumentales llenan de vitalidad todo. Los últimos dos minutos con cuarenta segundos son una repetición de un tarareo constante que debería hartar pero nunca lo hace. Todo lo contrario, casi que podría tomarse como una versión más económica de Hey Jude de los Beatles (salvando las distancias, claro). Otro temazo para la colección.

Hasta acá tenemos un disco que logra lo que parecía imposible, que es superar al primero. Hasta me animo a decir que viene siendo uno de los tres mejores discos del rock argentino de la historia pero, desgraciadamente, llegan las dos últimas canciones a bajar levemente el listón. Tenemos una reversión de Accionista que resulta ser bastante más lenta y menos interesante que la original, aparte del pop ochentoso que representa Fotografía. Tiene sus virtudes, como la potente atmósfera sensual que logra (muy acorde a la letra) y los aportes de guitarra, especialmente en el solo final. Por el lado malo, el ritmo programado resulta muy básico, el tono con el que la cantan no me convence mucho y la línea vocal del estribillo parece una copia de un típico tema radial yanqui. Encima que ese estribillo está cantado en inglés. ¿Qué pasó con la banda patriótica y latinoamericana? Bah, exagero un poco. Insisto, no son malas canciones, y ni siquiera puedo decir que estén totalmente fuera de lugar estilísticamente (Mitad por mitad ya había hecho la transición a un sonido más pop y new wave), pero no me terminan de convencer. Supongo que es la consecuencia inevitable de no estar a la altura de las siete sacudidas emocionales previas. ¿Qué se le va a hacer?

A pesar de esto, no me animo a decir que el disco no es una obra maestra. Lo es. Solo que es imperfecto, como cualquier otra cosa creada por seres humanos, tanto dentro como fuera del ámbito artístico. Ya el grupo hubiera seguido siendo maravilloso si solo hubiera grabado su primer disco y nada más, pero el hecho de que pudieran volver al estudio y hacer un trabajo que hasta lo supera en sus mejores momentos solo refuerza el hecho de que son algo especial. A tal punto en el que no me permito ponerle menos que un diez a este trabajo. Si tomamos los primeros siete temas, tenemos el que tranquilamente podría ser el disco DEFINITIVO de la música argentina, pero supongo que era muy difícil hacerse cargo de tanta genialidad, así que tuvieron que embarrarla un poco en el último cuarto. Igualmente, insisto en que a esos dos últimos temas no los llamaría «manchas», sino simplemente «puntos de menor lustre», que es algo muy diferente. Haciendo un balance, este disco es otro obligatorio en cualquier colección. Compralo ni bien tengas la oportunidad.

lunes, 10 de julio de 2023

Pablo el enterrador - Pablo el enterrador


Nota: 10+
Mejor tema: Alguno de los dos primeros.
Peor tema: Todos son excelentes, pero Accionista es el que menos destaca.

1)      El carrusel de la vieja idiotez
2)      Elefantes de papel
3)      Quién gira y quién sueña
4)      Ilusión en siete octavos
5)      Accionista
6)      Dentro del corral
7)      Espíritu esfumado
8)      La herencia de Pablo


Bueno, mi gente bonita. Acá hago un parate momentáneo con Los fabulosos Cadillacs para ir con algo más desconocido pero igualmente de cosecha nacional y tan valioso como cualquier banda grande que haya parido esta tierra, sin nada que envidiarle a Pappo’s Blues o Pescado Rabioso, por dar dos ejemplos rápidos. De hecho, a pesar de que este grupo haya sacado solamente tres discos, los tres podrían ser tranquilamente de lo mejor del rock argentino de todos los tiempos. Lo que es más, me animo a afirmar que, si este grupo fuera más conocido, hubiera hecho honor a su nombre y hubiera enterrado la discusión sobre si la mejor banda argentina es Soda Stereo o Los redondos. ¿Tan así? Tan así, y voy a demostrarlo a lo largo de las cuatro páginas que va a durar esta reseña (al menos, asumo que va a extenderse hasta ahí, ya que es lo que suele tomarme). Vamos a ello.

(Spoiler: esta reseña me tomó cinco páginas de Word)

Pablo el enterrador es una banda santafesina, más específicamente de Rosario (la ciudad en la que nací y viví toda mi vida. Inserte meme de Homero Simpson con la bandera de Estados Unidos diciendo «mi país, mi país» pero con la bandera reemplazada por el monumento y que la frase sea «mi ciudad, mi ciudad»). El grupo se formó en 1973 y sus miembros originales son Jorge «el Turco» Antún, Rubén «Coki» Antón Brandolini, Juan Carlos Savia, Rubén Goldín y Lalo de los Santos. Con respecto al origen del nombre hay varias especulaciones, pero la más aceptada suele ser que la banda solía ensayar en el Cementerio de Disidentes y que el enterrador del lugar, llamado Pablo, siempre les dejaba un espacio para practicar su música. Esto es un mito, así como el hecho de que sus miembros solían vestir ropas medievales en escena, lo cual fue confirmado como falso en una reciente entrevista que les hicieron a los sobrevivientes en el diario La Capital. Volviendo a la biografía y parafraseando un poco aquella nota que mencioné (la cual pueden leer completa acá. Vale mucho la pena), Goldín explicó que conoció a Coki Antón tocando la guitarra en una plaza, pero que su existencia le llamó más la atención un día en el que apareció usando un poncho y tocando una flauta dulce. Ahí se hicieron amigos y Coki invitó a Rubén a su casa, ubicada en Pasco entre Lavalle y Avellaneda. Fue ahí que se formó en grupo espiritualmente hablando. Lo que es más, fue Antón el que diseño el logo de la banda. Tiempo más tarde, Goldín llevó al Turco Antún, que en ese momento tocaba la batería, y miren que hay que meter a dos tipos con apellidos tan parecidos en una misma banda. Antón y Antún. Solo faltaba que hiciera la gran Jimi Hendrix y le pusiera apodos para diferenciarlos (como hizo este con Randy California y Randy Texas). A todo esto, ¿cómo serían esos apodos? ¿Por las calles en las que vivían? ¿Se imaginan eso? Estoy pensando en algo tipo «Coki Pasco» o «Turco Mitre y Paso» (?). Sí, gente, soy un boludo. Sigamos con la biografía.

Entonces fueron tres personas, pero Coki sumó a una cuarta persona que era Carlos Savia. Y así fueron cuatro. Las influencias de sus integrantes eran bastante diversas, pero predominaba el folclore latinoamericano, el progresivo de Jethro Tull, el tango de Piazzolla y el rock argentino de la primera ola (Vox Dei, Manal, Almendra…). De toda esta extraña mezcla salió el sonido marca de la casa de Pablo el enterrador. Empezaron ensayando en la casa de los padres de Coki (y no en el cementerio, lo cual fue desmentido en la entrevista) y, aunque con el tiempo cambiaron levemente esta dinámica, en aquella primera época no eran de tocar mucho en vivo (según se cuenta, habrán hecho aproximadamente una docena de presentaciones), al punto de que ni siquiera hay material grabado de aquellos tiempos. En un principio su sonido tendía más a la tradición latinoamericana pero, con el creciente interés por los sintetizadores y los teclados, se volcaron más al progresivo. Rubén se había ido del grupo (des)motivado por la dificultad que le representaba comprar un buen equipo. Fue ahí que entró Lalo de los Santos, que quería que Goldín siguiera para que siguiera cantando, aunque tomaría la parte vocal José María Blanc, quien entró a la banda en 1980. Junto con él, Marcelo Salí, Omar López y Jorge Antún nació la formación que daría forma a su primer disco. Este estuvo en proceso de grabación durante unos años (con Blanc y Antún tocando de la mañana hasta las 17:00 y Salí y López llegando a esa hora para tocar todos juntos durante cinco horas más, hasta las 22:00) hasta que vería la luz en 1983, coincidiendo con el regreso de la democracia a Argentina. Esto parece un dato anecdótico, pero creo yo que tiene mucho que ver para entender tanto a esta obra como a la esencia de la banda. Vamos a este debut.

Hay muchas cosas que tengo que decir sobre este primer trabajo. Podría resumirlo en un extático «uno de los mejores discos de todos los tiempos. Andá a comprarlo ya», pero creo que esto sería tan vago y poco profesional como si dijera «este disco es una reverenda cagada. No lo toques ni con un palo», solo que está mucho mejor visto alabar una obra descerebradamente que atacarla descerebradamente. Para ambas cosas se necesita una explicación, y ahora mismo paso a explicarles por qué considero a este disco de una banda que ni sus compatriotas escucharon nombrar como el mejor disco argentino de los 80 (o uno de los mejores, al menos). En primer lugar, el sonido. El sonido de este grupo es realmente único y propio. Sé que ya ha habido intentos de fusionar el clasicismo con el folk, como los propios Jethro Tull, It’s a Beautiful Day o, dentro del formato más pop, The Mamas and the Papas, entre muchos otros. Sin embargo, eso era folk estadounidense y europeo, mientras que acá se trata de sonidos latinoamericanos, lo cual no es tan común. Solo recuerdo a Aquelarre intentando algo similar (en su excelente disco «Siesta»), pero creo yo que esta fusión alcanza su apogeo en este disco. Otro aspecto no menos (ni más) importante es su filosofía. Como dije antes, este disco más o menos coincidió con el fin del gobierno militar y el inicio de una nueva (en aquél entonces) democracia, y las letras tienen tintes patrióticos y latinoamericanistas que encajan muy bien y logran algunas imágenes preciosas. Si bien no me cabe el patrioterismo barato, sí que lo doy todo por un patriotismo sincero que realmente abrace las tradiciones no para encerrarse en ellas, sino para mirar hacia adelante, que es lo que considero que hace muy bien este álbum. Sus creadores claramente entienden qué es lo que hace tan valiosa a la historia y riqueza argentina y, si bien saberlo en la teoría es una cosa y llevarlo a la práctica política es otra, el grupo se demuestra culto y sincero al mismo tiempo. Este mensaje no tiene nada de exagerado o incoherente, y por eso me cala. Por último y, ahora sí, lo más importante, está la calidad de estas canciones. Cada una de estas ocho gemas son ni más ni menos que eso mismo. Los arreglos y las melodías están llenas de vitalidad, la ejecución es impecable y, lo mejor de todo, el grupo sabe evitar los excesos y hacen que cada nota importe. Pablo el enterrador me hace acordar a Camel en el sentido de que saben esquivarle sabiamente al cliché del rock progresivo como algo súper serio y sin un mínimo de sentimiento o sentido del humor. Más difícil que tocar cosas complejísimas técnicamente es encontrar un balance entre la destreza instrumental y lo que es interesante melódica y estructuralmente, y este grupo siempre lo logró. Mis respetos a ellos por eso. Ahora sí, vamos a las canciones.

El disco no podría empezar de mejor manera que con la brillantez por partida doble de Carrusel de la vieja idiotez y Elefantes de papel. La primera vez que escuché este disco (por septiembre de 2022, más o menos) me aburrí mortalmente con estas dos canciones y me hacían apagar esta música a la mierda para volver a escuchar el (también excelente, por su pollo) «Los delirios del mariscal» de Crucis. Sí que era un boludo en ese momento, ya que ahora las considero probablemente las dos mejores canciones en la carrera del grupo. La primera empieza con esa línea de piano clásica que firmo ahora mismo como lo más hermoso que haya escuchado dentro del progresivo junto con Firth of Fifth de Genesis. Sí, a ese nivel la pongo. Y después entra José María Blanc cantando una melodía eterna y desoladora con esa voz tan hermosa. No solo tiene un registro muy particular y sentido a la manera de Charly García o Spinetta, sino que también maneja una diversidad de registros y matices al estilo de Peter Gabriel y una técnica a lo Jon Anderson. Tranquilamente podría ser mi cantante favorito del rock argentino. La música va en eterno crescendo de teclados y sintetizadores hasta alcanzar un clímax hermoso que, desgraciadamente, se va apagando en fade out. Aunque esto no le quita grandeza a la construcción general del tema. Al mismo nivel está la segunda canción, que tiene un toque más psicodélico pero sin perder nunca esa belleza inocente en la melodía. Me gusta mucho el estribillo en el que dice «América/Americanos/Todos a empujar/Todos a gritar», ya que hace que quiera comandar un ejército lleno de gente de todas partes de América Latina para echar a los invasores de primer mundo. Podría ser el llamado a la acción más dulce y enternecedor jamás grabado, y ese final en el que se va ralentizando la melodía hasta apagarse no puede dejar indiferente a nadie. Un arranque de otro mundo.

Y guarda que el resto de las canciones también son fantásticas. El disco no cae en ningún momento. Ni siquiera en la tan criticada Accionista, y digo criticada porque sigue un estilo más pop al estilo del disco «Duke» de Genesis (me hace acordar mucho a Turn it On Again), lo cual a muchos le disgusta. A mí no. En absoluto. Me encanta su riff teatral de teclados, sus diversos y frescos solos de sintetizadores, teclados y guitarras melódicas y su ansiosa melodía vocal, que transmite muy bien el desenfreno de un accionista viajando y viendo a su alrededor no un hermoso paisaje, sino una oportunidad eterna de negocios. Puede que su letra sea algo más directa que el resto, pero ya dije que las delicias musicales están a la orden del día, así que me da igual. Incluso siendo lo más flojo del disco, muchos grupos hubieran matado por componerla. Quién gira y quién sueña tiene un tono bajo más misterioso y sensual que hasta da algo de miedo por su letra sobre chicos que no saben lo que es la infancia por vivir en la miseria (al menos, yo la interpreto así). Después se va volviendo más altiva previo al último verso («Ven, soñemos una ronda pequeña/Y no sabremos quién gira y quién sueña») y, a partir de ahí, se va volviendo más ensoñadora con sus toques andinos y de canción de cuna. Dentro del corral me suena precisamente a eso en su introducción. A un granjero (supongo que el de la portada) adentro de un corral persiguiendo a las gallinas y a otros animales de ganado. Es una imagen muy sencilla y poco pretenciosa para un tema de rock progresivo, pero se sabe bien que a veces lo simple pega mucho más. Su melodía jovial y fresca continúa con este ambiente. Si entendemos el rock latinoamericano, precisamente, como un tipo de rock que evoca las costumbres y paisajes latinoamericanos, este tema (y, por extensión, este disco) es un perfecto exponente. Espíritu esfumado nuevamente explica con su título su contenido musical. Es otro festín de arreglos exquisitos y grandes melodías, con la voz siguiendo al pie de la letra la figura de teclado y con los diferentes instrumentos volviéndose más y más ricos a medida que avanza el tema. No puedo con tanta genialidad. Denme un descanso.

Por último, nos quedan dos instrumentales. El título Ilusión en siete octavos supongo que referirá al tempo en el que se desarrolla el tema (no sé mucho de teoría musical para confirmarlo o desmentirlo), aunque también podría ser una referencia a Apocalypse in 9/8, una de las secciones de Supper’s Ready de Genesis. Empieza algo acelerada, como si los miembros tuvieran prisa por llegar a algún lado, pero funciona muy bien para el tema. Después van sumándose los tonos etéreos de sintetizador y los arreglos de teclado para conformar un tema quizás menos distintivo (en el sentido de que no tiene ese toque tan folclórico de otros temas), pero muy sublime musicalmente (sí, ya sé que está mal redactado «muy» sublime, pero me gusta así). El cierre corre a cargo de La herencia de Pablo (cuyo nombre titularía a un disco solista de José María Blanc en 2018), que es como un resumen de siete minutos con quince segundos de la esencia del disco. De ese progresivo folclórico. Empieza con una melodía algo compleja pero muy memorable a las que se les agregan unos soleados y pastoriles toques de sintetizador que se asemejan al sonido de una flauta y que logran con su sencillez un muy buen contraste. El tema va variando segundo a segundo pero sin perder jamás su sentido andino-progresivo (lo que sea que signifique esto) y haciendo que uno no quiera tocar siquiera el botón de pausa hasta que termine la canción. Después quedarían unas canciones extra en vivo inéditas, pero nunca les di mucha pelota, así que no puedo afirmar que sean buenas o malas, mucho menos dar detalles técnicos de cada una. Por esta vez, cerremos el disco con el cierre del disco.

Y ahí la tenemos. Una de las joyas más injustamente olvidadas del rock argentino. Los que dicen que los Redondos es un grupo injustamente olvidado es porque nunca escucharon a Pablo el enterrador (y no digo esto para insultar a Patricio Rey sino simplemente para explicar otro punto. Me gustan mucho Los Redó, así que ahórrense los tomates podridos). Este disco tiene todo para ser uno de los mejores de Argentina. De hecho, me animo a decir que es el mejor disco progresivo de los 80 no solo en Argentina, sino también en todo el mundo, y el mejor disco hecho en el país en la mencionada década (solo con «Clics modernos» de Charly haciéndole competencia. Casualmente, ambos salieron el mismo año). Quizás el motivo por el que a este álbum nunca se le dio tanta bola es por el hecho de que la música sinfónica ya era cosa del pasado en los 80, por lo que el grupo llegó medio tarde. Sin embargo, la calidad prima por sobre cualquier moda o tendencia, y este disco también podría considerarse, junto con el mencionado de Charly García, el mejor de 1983 (año en el que tuvimos discazos a nivel internacional, tales como el homónimo de Genesis, el debut de Metallica o el «Piece of Mind» de Iron Maiden. Todos geniales, pero inferiores a este). De lo que no hay dudas es de que ese fue un buen año para la música argentina. ¿Quién hubiera imaginado que, en plenos años 80, una bandita ignota de un país en el culo del mundo manejaba una maestría musical y artística que ni los nombres más prestigiosos de Estados Unidos o Europa tenían? Ahora sí puedo declararlo: uno de los mejores discos de todos los tiempos. Andá a comprarlo ya.