Mejor tema: Cualquiera.
1) Foi Na Cruz
2) The Good Son
3) Sorrow’s Child
4) The Weeping Song
5) The Ship Song
6) The Hammer Song
7) Lament
8) The Witness Song
El mejor disco de los 90 para
acá. Fin de la reseña. Si me disculpan, me voy a ver Avatar: La leyenda de
Aang. No me esperen despiertos.
Bueno, no. La reseña apenas
empieza. Prepárense para los elogios desmedidos a este disco y para los
spoilers de Avatar.
Con Nick Cave me pasa, al igual
que a muchos de ustedes quizás les pase, que me encanta lo que escuché de él,
pero de tantos discos que tiene me cuesta ponerme al día con su obra. Hasta el
momento solo escuché este disco y “Tender Prey”, que es el anterior. Sin
embargo, este que estoy reseñando ahora es tan condenadamente bueno que me
alcanza y me sobra para deducir que el tipo es un genio musical y que debe
tener una obra magnífica. Denme tiempo para escuchar más cosas. Pero primero lo
primero. La introducción.
Nicholas Edward Cave (Nicolás
Eduardo Cueva para los amigos) nació en 1957, en Australia. En 1973 conoció a
Mick Harvey, Phill Calvert, John Cochivera, Brett Purcell y Chris Coyne.
Fundaron una banda con Cave como cantante y hacían covers de Lou Reed, David
Bowie y Alice Cooper, entre otros. Con el tiempo se redujo la formación a
cuatro miembros, entre los que se cuenta Tracy Pew (amigo de Cave) como
bajista. En 1977 se empezaron a llamar The Boys Next Door y empezaron a
incorporar material original a su repertorio. Miembros más, miembros menos, se
volvieron líderes de la escena post punk de Melbourne durante finales de los 70
y, ya para 1980, se cambiaron el nombre a The Birthday Party. Con esta sacaron
los discos “Hee Haw”, “The Birthday Party”, “Prayers on Fire” and “Junkyard”.
De la muerte de The Birthday Party nacería The Bad Seeds. Hasta el momento de
este disco, habían sacado otros cinco: “From Her to Eternity”, “The Firstborn
is Dead”, el álbum de versiones “Kicking Against the Pricks”, “Your Funeral… My
Trial” y el mencionado al principio “Tender Prey”. Pasemos a hablar de este “buen
hijo” de una vez.
Como ya se habrán dado cuenta, no
soy un conocedor a fondo de la obra del australiano. Sin embargo, a juzgar por
lo que leí en otros lados y por lo que escuché en “Tender Prey”, Nick tendía a
ser muy autodestructivo, tanto en lo personal como en lo musical. La
incandescencia de temas como The Mercy
Seat y City of Refuge así lo
atestiguan en su vertiente musical. En su vertiente humana, Nick Cave era
adicto a las drogas y estaba cada vez más y más hecho mierda en todos los
sentidos. Ambas vertientes se potenciaban mutuamente, y el bueno de Cave estaba
así de cerca de terminar muriendo de una sobredosis. Afortunadamente para él y
para su arte, se mudó a Sao Paulo, se enamoró de la periodista brasileña
Viviane Carneiro y entró en rehabilitación. Es por esto mismo que este es un
disco tan intimista y hasta optimista por momentos. Haciendo una analogía
musical, es algo parecido al cambio que experimentó la Velvet Underground del “White
Light/White Heat” al homónimo de tapa gris. En ambos casos, de un disco plagado
de ruido y caos se pasó a algo más sereno y reposado sin por ello sacrificar la
calidad artística. Haciendo una analogía humana, me recuerda a cuando el
príncipe Zuko llegó a su punto más bajo, irónicamente, cuando mejor parecía
irle en la vida, lo que lo obligaría a adoptar un cambio en su vida y ayudar al
Avatar a recuperar el equilibrio y devolverle la paz a las cuatro naciones
(bueno, tres. La nación del aire ya había sido exterminada para ese entonces.
Por cierto, ¿cuenta el mundo de los espíritus como una nación?). En otras
palabras, así como el príncipe con nombre de marca de jugo se redimió, Cave
también lo hizo. Y todos felices.
Por supuesto, los logros de Nick
superan a los de nuestro príncipe del fuego favorito. Después de todo, Zuko
solo ayudó al Avatar y a sus amigos a vencer a la nación del fuego, quitarle el
fuego-control a Ozai y mandar a Azula al Borda, pero no grabó un “The Good Son”.
Es que, vamos a decirlo, este álbum es una pieza maestra en todos los sentidos.
Destacable por donde se lo mire. En primer lugar, la consistencia. Todos los
temas son grandiosos y tienen algo que aportar. No hay nada de relleno. Es uno
de los poquísimos álbumes a los que no les cambiaría una sola nota o acorde.
Normalmente, cuando escucho un disco, me pongo a pensar “este tema no me gusta
tanto”, “a este tema lo tendrían que haber extendido un poco más para que
alcanzara pleno potencial”, “a este otro le hubiera cortado un par de minutos”,
“este disco se siente más corto de lo que debería”. En cambio, acá todo está en
su lugar. Cambien algo de lugar, agréguenle un tema, redúzcanle la duración a
alguno de los que ya están o lo que se les ocurra, y les garantizo que
terminarían extrañando el cómo era el disco originalmente. Pura perfección.
Otro punto fuerte: las letras. Como
dijo Corvan, el rock es bueno a pesar de sus letras, salvando excepciones. Nick
Cave, sin llegar al nivel de un Bob Dylan, logra imágenes más que convincentes.
Los mensajes que deja, ya sean optimistas o pesimistas, logran ser adecuados y
calar profundo (con ayuda de la música, obviamente). No se me ocurre nada que siquiera
borde lo cliché acá. Nick es un lector ávido, y se nota.
Más virtudes. Normalmente no le
presto mucha atención a este detalle, pero se trata de uno de los discos más humanos que existen. Cada nota de este álbum,
cada arreglo, cada melodía rebosa una sensibilidad con la que otros artistas
solo pueden soñar. En este aspecto, es perfectamente comparable con “Abbey Road”
de los Beatles, “Quadrophenia” de The Who y varios discos de Bob Dylan. Me
animo a declararlo “el disco más emocional de los 90”. Es así. Nirvana, por
ejemplo, creía en lo que cantaba. Seguro que lo hacía. Pero sus inquietudes
pertenecen a un momento y sector social muy específico con el que muchos no
podrán conectar. Radiohead, por su parte y sin quitarle mérito a su
expresividad ni a sus dotes musicales, a veces sonaban muy robóticos y fríos,
como si quien sintiera esas cosas fuera una máquina y no un ser humano. “The
Good Son”, por su parte, es pura humanidad concentrada y cantada desde el
corazón. Nada de poses. Pocos álbumes se me ocurren que toquen fibras tan
profundas y aún vigentes como este. Solo los mencionados arriba se me ocurre
que están en la misma liga en este aspecto.
Si sumamos todos estos factores,
nos queda uno de los discos más completos y satisfactorios que existen. Sin
embargo, perfecto no podía ser. Un defecto que algunos podrían marcar es que ninguna
de estas canciones son lo mejor de lo mejor, y muy equivocados no estarían.
Ciertamente, no hay nada acá tan bueno como The
Mercy Seat (una de mis canciones favoritas de todos los tiempos). Todos (o
casi todos) los temas son de diez, de eso no hay duda, pero diría que son un “diez”
más honorífico que real. En otras palabras, nada acá entraría entre mis diez,
veinte o cincuenta canciones favoritas. Sin embargo, esto me importa poco y
nada. Como dije antes, el conjunto es imponente hasta decir basta. Todo se
siente en su lugar y, a veces, esto importa más que un disco lleno de greatest
hits, por decirlo de alguna manera. Nuevamente, es comparable con el “Abbey
Road” en ese sentido. No hay un himno absoluto, pero no lo necesita. El
conjunto tiene lo que necesita y nada más. Suficiente, pasemos a las canciones.
Foi Na Cruz es una adaptación de un himno protestante brasileño,
pero a mí me recuerda mucho a un villancico. Las primeras veces que la escuché
no podía pasar del insulso estribillo. Con el tiempo, ese insulso estribillo se
volvió una de las cosas más espiritualmente estimulantes que haya oído, y la
melodía instrumental que introducen entre la frase “Que um día” y “Meus pecados
castigados em Jesus” es un pequeño toque de genialidad. Además, la melodía de
los versos es preciosa. Es increíble cómo contrasta este tema con el volcán en
erupción con el que arrancaba su anterior disco. Digno de estudiarse. El tema titular
es una mezcla entre el estilo reposado de este álbum y el caos musical que
solía imperar en anteriores obras. Empieza con una adaptación de un tema
tradicional afro-americano llamado Another
Man Done Gone para después disolverse en una instrumentación
planificadamente desencajada al estilo de Captain Beefheart y un Cave agresivo
que canta en un tono muy similar al de Jim Morrison. La coda es una mezcla
entre el canto “One more man gone” y la parte instrumental de refrán “The good
son” que se extiende hasta los seis minutos. Por cierto, me da risa cómo el
título de la canción (y del disco, pero estamos hablando de canciones en este
momento) está a una letra de la palabra “song”. Tranquilamente podría haberse
llamado The Good Song y formar parte
de las otras canciones de este disco que terminan con dicha palabra. Quizás es
una forma de representar el enlace que representa este tema entre ambos estilos
musicales. O quizás estoy tratando muy duramente de hacerme el interesante. En
cualquier caso, el tema es genio puro. Sorrow’s
Child es una preciosa balada, resignada y pura como ella sola. La melodía y
los arreglos con influencia góspel le dan un aire de tristeza infinita. Sin
embargo, a la vez siento un extraño regocijo cuando llega el estribillo. No sé
si fuera la intención, pero a mí me hace ver una luz de esperanza al final del túnel
del dolor. Me encanta.
The Weeping Song es la primera de las cuatro canciones que llevan
esta palabrita al final. No sé si seré yo, pero el ritmo de fondo me suena
mucho a cumbia o a murga. Sí, no estoy jodiendo. Quizás me volví loco y sea una
impresión puramente mía, pero yo llego a escuchar esa influencia en la base
rítmica del tema. Considerando que Nick Cave estuvo en América Latina en esta
época, no me sorprendería que tomara influencia de los sonidos de acá.
Nuevamente, podría ser mi imaginación. Sin embargo, este ritmo más animado
logra de alguna forma encajar perfectamente con la melancolía del piano y el
vibráfono más el dueto vocal de Nick y el guitarrista Blixa Bargeld. Hermosa. The Ship Song tiene un aire más
nostálgico pero no llega a sentirse triste como los dos temas previos. Los
arreglos de cuerdas y de pianos son exquisitos, y Cave canta con una delicadeza
que parece que nos estuviera susurrando al oído. Parece mentira que, a esta
altura, “Tender Prey” nos ametrallara la cabeza con esos urgentes “You better
run to the City of Refuge”. El contraste entre ambos discos es apabullante. Por
cierto, Australian Performing Right Association (o APRA) la nombró una de las
mejores 30 canciones australianas de todos los tiempos, lo cual me parece
exagerado. Sí, es un temazo, pero es el menos temazo de todos los que hay acá. Pero
no me den bola. Sigue siendo un clásico y una obra genial. The Hammer Song vuelve a mostrar acercamientos al estilo clásico de
la banda, más tormentoso y destructivo. Y es excelente. Empieza con un ¿Teclado?
¿Xilofón? ¿Vibráfono? martilleante que logra un efecto inesperadamente tenso.
La base rítmica, por su parte, vuelve a sonar aleatoria sin necesariamente
serlo, otra vez a lo Beefheart. La voz suena frágil y a punto de romperse, con
un riff IMPRESIONANTE rematando cada verso que me recuerda a las películas de
espías de los 60. Cuando llega el estribillo, Nick canta con una convicción
que, en conjunto con la guitarra de fondo, realmente parece un martillo divino
aplastando nuestra conciencia. Es casi casi mi favorita del álbum.
Lament hace un uso más notorio de la orquesta, y presenta una
melodía tristísima y de añoranza en los versos para mostrar un rayo de
esperanza hacia el futuro en el dueto vocal del estribillo. Puede ser algo
repetitiva en su estructura, pero muestra las cartas que tiene que mostrar y
nada más. Eso la vuelve un temazo. The
Witness Song está vagamente basado en el tema tradicional de góspel Who Will Be a Witness?, pero también
muestra influencias de rhythm and blues en la parte instrumental. Es otro tema
salvaje y explosivo, cercano a los orígenes del grupo. El estribillo repetido
insaciablemente logra no volverse cansino, y eso es más destacable de lo que
parece. Si tuviera que ponerle una queja a este tema, sería que no me gusta
mucho la parte casi a capella del medio, pero no se preocupen. Cuando nos
asaltan esos “Baby you’re a liar” (otra vez remitiendo a Morrison en la
entonación) que invoca al resto de los instrumentos, ya nos está hirviendo la
sangre de la pura adrenalina y emoción. Qué genial. Por último, Lucy es un tema paradójico. Por un lado,
es el único tema del álbum que no consideraría clásico. “Vaya forma tan tibia
de cerrar un disco tan genial” pensarán algunos, pero yo no. La paradoja acá es
que este tema tan imperfecto es el final PERFECTO para este disco. Un cierre
que las grandiosas The Witness Song o
Foi Na Cruz (por nombrar ejemplos) no
hubieran podido proveer. Consta de dos partes. La primera presenta una melodía
mortuoria, de réquiem, de final de un viaje. Cave muestra la que probablemente
sea su actuación más resignada de toda la obra, como si el flujo de emociones
de los otros ocho temas lo hubiera agotado. La segunda mitad es más
atmosférica, con una preciosa escala de piano y la armónica haciendo más
profundo y envolvente el sonido general. De hecho, ni siquiera puedo decir que
objetivamente sea peor que las demás. Es solo que individualmente no me llama
tanto la atención. Dentro de la obra, sin embargo, ocupa el puesto que tiene
que ocupar. Y no la cambiaría por ninguna otra canción. Un cierre perfectamente
imperfecto para un disco imperfectamente perfecto (¿Vale la pena siquiera
agregar tales adjetivos para este disco?).
No sé qué más decir sobre esta
obra de arte. Solo lo que ya expliqué. Que su combinación entre consistencia
pasmosa, grandes letras, grandes arreglos y humanidad latente la vuelven la
obra definitiva de los últimos 30 años en mi libro (aunque admito que con el
tiempo podría cambiar de opinión). A pesar de que el tiempo lo puso en su lugar
como la obra maestra que es, lo sigo sintiendo infravalorado a nivel masivo. La
gente sigue poniendo como los mejores discos de aquella década a obras que sin
dudas son muy buenas pero que son inferiores a esta, como el “Nevermind” de
Nirvana o los “Use Your Illusion” de Guns and Roses. En cierta forma es
entendible, ya que hay que estar de humor para escuchar este disco, y puede
llegar a pegar muy duro si se lo escucha cuando se está medio bajón. Sin
embargo, si le dan una oportunidad, se van a encontrar con un disco
completísimo y de excelsa manufactura. Uno de mis cinco álbumes favoritos en
este mismo momento (que, insisto, podría cambiar con el tiempo. No soy muy
confiable en este aspecto). Mi más sincera recomendación. Nada más ni nada
menos para decir.
“Agua. Tierra. Fuego. Aire. Hace muchos años, las cuatro naciones
vivían en armonía, pero todo cambió cuando la nación del fuego atacó…”
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