Mejor tema: Queseaelvientoelquenferme o Siete
1) Melodía maldita y la música del orto
2) Fuerza
3) No mi corazón coraza
4) Nubes toman formas tontas
5) Muralla china
6) Queseaelvientoelquenferme
7) Siete
8) ¿Rindiéndole cuentas a quién?
9) Todo es fuego
10) Aún
11) El agua es eléctrico
12) (Seco)
13) Cabeza de departamento
14) Tan marcado ya
15) Tan quemado ya
16) Lo que cuenta
17) Pedazo de música para escuchar antes de iniciar un extenso viaje a través de la galaxia a bordo de un barco llamada Ganga Yamuna
18) La lucha de los luchadores19) Pequeño adelanto de magia (Campos de inconsciencia)
Hola, gente. He volvido.
Después de un par de meses sin actividad reseñística pero tras realizar mucha
actividad literaria para el futuro libro que voy a sacar, regreso con una
crítica nueva. La tenía en mente hace casi un año, pero nunca me animé a
escribirla. Se preguntarán por qué. Bueno, resulta que los miembros más
importantes de esta banda cuyo disco voy a analizar fueron acusados hace años
de abuso sexual, y los tipos no se comportaron como si fueran muy inocentes que
digamos. Por eso no sabía si escribir esta reseña o no. Al final decidí hacerlo
porque, como me dijo mi querido amigo Corvan (sí, el de «La caverna de Corvan».
El mismísimo), no tengo que andar disculpándome por lo que hacen otras
personas. Además, casi todos los músicos están envueltos en cosas turbias, y he
hecho reseñas de los álbumes de algunos de ellos. Sería muy hipócrita de mi
parte hacerme el correcto en ese sentido justo ahora. Hablemos de la banda sin
contar con sus integrantes más allá de lo justo y lo necesario.
Pez es una banda argentina que arrancó en los 90. Tuvo
muchos miembros a lo largo de su historia como para andar nombrándolos todos,
pero digamos que quienes iniciaron el proyecto fueron Ariel «Minimal» Sanzo (guitarra,
voz y liderazgo indiscutido) y los hermanos Alejandro «Alez» Barbieri y Pablo «Poli»
Barbieri. Sus intenciones fueron crear «un trío de rock duro y experimental».
Parte de esas intenciones se escucharon en su debut, «Cabeza», pero de una
forma algo rudimentaria. Dicho disco fue editado por el sello independiente Discos
Milagrosos, y lanzado en diciembre del 94. Después de la presentación del
disco, los hermanos Barbieri decidieron dejar la banda, por lo que el grupo deja
de existir por unos meses. Más tarde vuelve a la vida (afortunadamente en lo
artístico y desafortunadamente en lo humano, aunque para esto último faltarían
años) con Iris Auteri en el bajo y Franco Salvador en la batería. Tras varios
recitales, en febrero de 1996 se ponen a grabar este disco que les presento hoy
y que, con toda injusticia, no está considerado como uno de los grandes
clásicos del rock argentino. De esos que todo el mundo conoce y corea.
Bien. ¿Por dónde empiezo con las grandezas de este
clásico del under de mi país? Podría empezar comparándolo con su primer disco.
No lo escuché entero al «Cabeza» pero, a partir de lo que sí escuché, puedo
notar algunas diferencias. La primera está en la magnitud. Mientras aquél tenía
«apenas» catorce canciones y unos «humildes» 53 minutos, «Quemado» tiene ni más
ni menos que diecinueve canciones y dura 70 minutos. Aunque en esta era lo
normal es llenar todo el minutaje posible de un CD, 70 minutos en esa época era
una barbaridad. Sobre todo considerando que es apenas su segundo disco y que no
eran muy experimentados. La segunda diferencia está en los recursos empleados.
Mientras su debut apenas contaba con los instrumentos básicos y un par de
coristas, acá aparecen cualquier cantidad de instrumentos e invitados. Tenemos
pianos, trompetas, sintetizadores, cítaras, a gente como Gabo Ferro o Palo
Pandolfo… y no son meros embellecimientos superficiales, sino que todos aportan
algo interesante a las canciones en las que aparecen. Otra diferencia en
apariencia absurda pero no menos importante es el buen gusto artístico de su
portada. El arte de «Cabeza» presentaba ni más ni menos que tres prepucios, supuestamente
de los integrantes. Echaba bastante para atrás esa portada. En cambio, este
presenta una reproducción del óleo de Ral Veroni llamado como este disco. Esa
portada colorida es hermosa, y resalta la próxima diferencia de la que quiero
hablar: la diversidad estilística. El primer disco de la banda era una mezcla
entre hard rock con alternativo y experimental que, aunque sonaba interesante
en los papeles, resultaba algo formuláico en la práctica. En cambio, acá
florecen todo tipo de estilos: jazz, math rock, hard, progresivo, experimental,
psicodelia, tango, bossa-nova… Quizás sea yo, pero Pez me resulta el
equivalente argentino de Ween por su forma de mezclar estilos y cambiar de ídem
disco tras disco, sin nunca dejar que puedan ser encasillados. Y lo mejor es
que no es una mera reproducción de géneros existentes, sino que estos son «pezificados».
De «Pez» y no de «peso» como el peso argentino, ya que la idea es que estos
estilos valen más y no menos, como nuestra querida moneda. Claro que todo esto
no valdría de mucho si las canciones no fueran espectaculares, y vaya que lo
son. Esa es otra diferencia con «Quemado». A aquél lo escuché un poco y me
resulta bastante inconsistente, con frutos de grandeza que no llegan a estar
maduros. Acá, a pesar de la cantidad de canciones y estilos, resulta ser un
mosaico de clásicos casi impecable. Es, sin lugar a dudas, uno de los discos
más diversos de la historia del rock argentino. Qué bien.
Ahora, dije que era «casi» impecable. Me explico. Si bien
es obvio que no podés grabar un disco con tantas canciones y esperar que todas
sean obras maestras, sí que hay un buen puñado que no terminan de funcionar y
que privan al conjunto del diez redondo. Empecemos por la más destacable de
estas: Aún. Todo muy bonito en esta
canción. Tiene un bello trabajo de guitarra, Ariel canta con sentimiento y los efectos
como de teclado al fondo le dan un aire frío que funciona muy bien. El problema
es que, después de escuchar la MARAVILLOSA versión en vivo que hacen en el
disco «Para las almas sensibles», esta me sabe a muy poco. Está muy
subdesarrollada. Apenas poco más de un minuto. Y mi impresión con los otros
rellenos es todavía más tibia. ¿Rindiéndole
cuentas a quién? tiene una fantástica introducción blusera y sutil, además
de que su riff no está nada mal y es dinámico, pero se siente demasiado densa y
la forma en la que se la canta es bastante molesta. La lucha de los luchadores es como un heavy metal que suena
amenazante, sí, pero sus casi cinco minutos la lastran demasiado. Lo más
interesante que tiene es una guitarra con efecto similar a una ambulancia que
aparece al cuarto minuto y que ya había aparecido en otras canciones del álbum
(después les enumero en cuáles). Por último, (Seco) es ultra lento, ultra heavy y ultra largo (casi ocho minutos,
el más largo del disco), pero demasiado moribundo y sin grandes atractivos. Lo
más rescatable quizás sea la aparición del mencionado Gabo Ferro y unos efectos
que parecen como de flauta esquizofrénica desperdigados por ahí. Y que esté
recitada sin cantar no ayuda. En definitiva, el tema más flojo del trabajo.
Pero el resto es oro puro. Bah, no todo el resto. Hay un
par de canciones que no terminan de entusiasmarme del todo, como Todo es fuego o Cabeza de departamento, pero son buenas y no merman la fluidez de
la obra. La primera de las mencionadas no tiene grandes melodías, pero sí que
tiene un estribillo bien amenazante y un ambiente (logrado por las guitarras)
que realmente llena nuestro cerebro de llamas imaginarias por todos lados, muy
a lo Lake of Fire de los Meat
Puppets, mientras que la segunda tiene un riff más guerrillero y la forma en
que Minimal escupe su fraseo con bronca es intimidante. Ah, y no me había dado
cuenta hasta recién de que la línea de piano que cierra el tema es la misma
melodía «ambulancística» de la que hablé antes. Bien ahí. Muy bien ahí.
Ahora sí, vamos con lo que es oro puro. Los primeros
siete temas son de lo mejor del disco y, si tuviera que ponerle nota solo a
esta sección, le pondría un diez bien sólido. Abrimos con esa guitarra símil
ambulancia que ya nombré (y que, de paso, me recuerda un poco a cómo abre el
disco «Red» de King Crimson). Se trata de Melodía
maldita y la música del orto, que por sus constantes cambios de tempo,
ritmo y por su ambiente oscuro en general me recuerda mucho a Slint. Sí, math
rock puro. Hay algunos pasajes más tensos, otros más heavies, otros más
cercanos al jazz, pero todo encaja a la perfección y conforma un tema que por
sí solo tiene más ideas musicales que toda la discografía de AC DC (ojo, no
digo que no me guste AC DC. Solo remarco lo impresionante de esta canción). Fuerza es pura ídem. Un hard rock a lo
Led Zeppelin con tempos irregulares al estilo de los mencionados Slint. Hay
riffs y solos de primera por todas partes, y cuando llega ese «sería tan fácil
si tuviera fe/¡Pero en vez de fe tengo fuerza!» nos vemos obligados a gritar
junto con la canción, sin importar que uno sea creyente o no. Esa es la magia
de este temazo. No mi corazón coraza
es puro punk hardcore, con ataques de guitarra crudos y dinámicos. Además,
transmite enojo y urgencia de forma muy creíble. Aplastante. Después de esto
damos un giro de 180 grados hacia el tango, pero no tango común, sino bien
experimental y como nadie lo había hecho antes. El primer exponente es Nubes toman formas tontas, cantado por
Palo Pandolfo. Hay algo de paranoico y oscuro en esta canción, como si hubiera
una presencia que nos sigue mientras la escuchamos, y de pronto se vuelve más
dulce. Sublime. Muralla china es un
cover de Piazzola. La hacen mierda en el mejor de los sentidos. Las guitarras
pinchan, los sintetizadores le dan un ambiente marciano y el ritmo nos hace ir
a comprar un traje, unos zapatos y un sombrero para ir a bailar con nuestra
pareja. Sencillamente único en su tipo. Volvemos a dar otro giro estilístico
con Queseaelvientoelquenferme. La más
setentosa de todas. Empieza con el mismo efecto ya mencionado hasta el hartazgo
para deslizarse a un arpegio tierno y melódico sobre el que Ariel canta una
melodía igual de delicada y le da lugar a pasajes más hard rockeros. Cuando
menos nos damos cuenta, todo se convierte en un jam donde los tres dan lo mejor
de su rock. Y Siete es igual de
buena. Quizás hasta mejor. Es casi un tema de rock progresivo, y está dedicado
a René Houseman. Es decir, en un mismo tema mezclan lo más culto y elitista (la
música progresiva) con lo más popular y de las masas (el fútbol). A que a nadie
se le había ocurrido antes. No sé si seré yo, pero la forma en que la canción
se desarrolla y avanza dentro de su minimalismo me recuerda mucho a I Want You (She’s So Heavy) de los
Beatles. Incluso termina de súbito como aquél track. Impresionante. Me encanta
también que sea el séptimo tema, se llame Siete
y dure siete minutos. Matemática pura.
Otros clásicos también impresionantes incluyen a El agua es eléctrico, que es un candombe
tocado con una potencia rockera que desborda. Nunca alcanzo a atinar si sus
primeros segundos son el inicio de este tema o el final de Aún, pero esa calma arpegiada se transforma muy bien en la
tormenta de poder mencionada. Y la melodía final de «rodando lento,
eléctrico/en el mismo lugar» le da el toque de genio que le faltaba. Tan marcado ya es más heavy y gritada,
pero el trabajo instrumental es muy bueno y el griterío encaja bien. Además,
pasado el tercer minuto y medio se convierte en una improvisación psicodélica y
jazzera que eleva el conjunto a alturas de vértigo. ¿Qué otra banda argentina
te da tanta diversidad ya no en un mismo disco, sino en un mismo tema? Y Tan quemado ya es la otra cara de la
moneda. Mientras que la anterior canción era una larga pesadilla de distorsión,
esta es una breve y cálida (especie de) bossa-nova pletórica de cambios de
ritmo y belleza en sus menos de dos minutos. No vale la pena ni preguntarse
cómo logran fundir todos estos estilos con tanta naturalidad. Solo ellos lo
saben. Lo que cuenta es un blues
tranquilito que paulatinamente se va transformando en algo más pesado y apto
para el headbanging. Pedazo de música
(no pienso repetir el nombre completo de nuevo. Esto no es un sketch de los
Monty Python) es como una versión instrumental del tema …Y el barco se llama Ganga Yamuna de su anterior placa. Es una
pieza psicodélica con hermosas líneas de cítara y guitarras líquidas. Resulta
ser igual de buena que aquella, si no mejor. Y como estoy abusando demasiado de
los adjetivos y una de las reglas del escritor es «no abusar de los adjetivos»,
les hablo del último tema: el acústico Pequeño
adelanto de magia, también conocido como Campos de inconsciencia. «Magia» era un disco que tenían en mente y
que nunca llegó a grabarse. Igualmente, el tema este aparecería más tarde en el
álbum «Frágilinvencible» en una versión completa y más desarrollada. Aquella
versión es muy buena pero, a diferencia de lo que pasaba con Aún, me quedo con lo despojado y subdesarrollado
de esta. Está en otra tonalidad que opino que le sienta mejor y, en vez de
convertirse en una pared de guitarras eléctricas, se va desvaneciendo para
darle espacio a unas notitas de piano simples pero hermosas que cierran el
trabajo de la mejor manera posible.
Y hasta acá esta reseña sobre este clásico olvidado del rock que se hace en el culo del mundo. No escuché cada disco de los 90. Ni de Argentina ni del resto del planeta. Sin embargo, este álbum con seguridad debe ser uno de los diez mejores de aquella década dentro de este país, y uno de los mejores en general. Ni siquiera escuché la discografía completa de Pez (solo escuché completos este, «Convivencia sagrada» y «El manto eléctrico». Estos dos últimos son también excelentes y hablaré de ellos algún día), pero me sorprendería si este no resulta ser su mejor trabajo. Independientemente de que nos guste la música en español o no, independientemente de que nos caigan bien estos tipos o no (aquí entre nos, no deberían tenerles la más mínima simpatía. Ya expliqué los motivos), este es un disco básico y que merece un lugar en cualquier colección. Quizás hasta los convenza de que hay buena música en América Latina.
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