sábado, 2 de abril de 2022

Pez - Quemado



Nota: 9+
Mejor tema: Queseaelvientoelquenferme o Siete
Peor tema: (Seco)
 
1)      Melodía maldita y la música del orto
2)      Fuerza
3)      No mi corazón coraza
4)      Nubes toman formas tontas
5)      Muralla china
6)      Queseaelvientoelquenferme
7)      Siete
8)      ¿Rindiéndole cuentas a quién?
9)      Todo es fuego
10)    Aún
11)    El agua es eléctrico
12)   (Seco)
13)   Cabeza de departamento
14)   Tan marcado ya
15)    Tan quemado ya
16)    Lo que cuenta
17)    Pedazo de música para escuchar antes de iniciar un extenso viaje a través de la galaxia a bordo de un barco llamada Ganga Yamuna
18)    La lucha de los luchadores
19)    Pequeño adelanto de magia (Campos de inconsciencia)


Hola, gente. He volvido. Después de un par de meses sin actividad reseñística pero tras realizar mucha actividad literaria para el futuro libro que voy a sacar, regreso con una crítica nueva. La tenía en mente hace casi un año, pero nunca me animé a escribirla. Se preguntarán por qué. Bueno, resulta que los miembros más importantes de esta banda cuyo disco voy a analizar fueron acusados hace años de abuso sexual, y los tipos no se comportaron como si fueran muy inocentes que digamos. Por eso no sabía si escribir esta reseña o no. Al final decidí hacerlo porque, como me dijo mi querido amigo Corvan (sí, el de «La caverna de Corvan». El mismísimo), no tengo que andar disculpándome por lo que hacen otras personas. Además, casi todos los músicos están envueltos en cosas turbias, y he hecho reseñas de los álbumes de algunos de ellos. Sería muy hipócrita de mi parte hacerme el correcto en ese sentido justo ahora. Hablemos de la banda sin contar con sus integrantes más allá de lo justo y lo necesario.

Pez es una banda argentina que arrancó en los 90. Tuvo muchos miembros a lo largo de su historia como para andar nombrándolos todos, pero digamos que quienes iniciaron el proyecto fueron Ariel «Minimal» Sanzo (guitarra, voz y liderazgo indiscutido) y los hermanos Alejandro «Alez» Barbieri y Pablo «Poli» Barbieri. Sus intenciones fueron crear «un trío de rock duro y experimental». Parte de esas intenciones se escucharon en su debut, «Cabeza», pero de una forma algo rudimentaria. Dicho disco fue editado por el sello independiente Discos Milagrosos, y lanzado en diciembre del 94. Después de la presentación del disco, los hermanos Barbieri decidieron dejar la banda, por lo que el grupo deja de existir por unos meses. Más tarde vuelve a la vida (afortunadamente en lo artístico y desafortunadamente en lo humano, aunque para esto último faltarían años) con Iris Auteri en el bajo y Franco Salvador en la batería. Tras varios recitales, en febrero de 1996 se ponen a grabar este disco que les presento hoy y que, con toda injusticia, no está considerado como uno de los grandes clásicos del rock argentino. De esos que todo el mundo conoce y corea.

Bien. ¿Por dónde empiezo con las grandezas de este clásico del under de mi país? Podría empezar comparándolo con su primer disco. No lo escuché entero al «Cabeza» pero, a partir de lo que sí escuché, puedo notar algunas diferencias. La primera está en la magnitud. Mientras aquél tenía «apenas» catorce canciones y unos «humildes» 53 minutos, «Quemado» tiene ni más ni menos que diecinueve canciones y dura 70 minutos. Aunque en esta era lo normal es llenar todo el minutaje posible de un CD, 70 minutos en esa época era una barbaridad. Sobre todo considerando que es apenas su segundo disco y que no eran muy experimentados. La segunda diferencia está en los recursos empleados. Mientras su debut apenas contaba con los instrumentos básicos y un par de coristas, acá aparecen cualquier cantidad de instrumentos e invitados. Tenemos pianos, trompetas, sintetizadores, cítaras, a gente como Gabo Ferro o Palo Pandolfo… y no son meros embellecimientos superficiales, sino que todos aportan algo interesante a las canciones en las que aparecen. Otra diferencia en apariencia absurda pero no menos importante es el buen gusto artístico de su portada. El arte de «Cabeza» presentaba ni más ni menos que tres prepucios, supuestamente de los integrantes. Echaba bastante para atrás esa portada. En cambio, este presenta una reproducción del óleo de Ral Veroni llamado como este disco. Esa portada colorida es hermosa, y resalta la próxima diferencia de la que quiero hablar: la diversidad estilística. El primer disco de la banda era una mezcla entre hard rock con alternativo y experimental que, aunque sonaba interesante en los papeles, resultaba algo formuláico en la práctica. En cambio, acá florecen todo tipo de estilos: jazz, math rock, hard, progresivo, experimental, psicodelia, tango, bossa-nova… Quizás sea yo, pero Pez me resulta el equivalente argentino de Ween por su forma de mezclar estilos y cambiar de ídem disco tras disco, sin nunca dejar que puedan ser encasillados. Y lo mejor es que no es una mera reproducción de géneros existentes, sino que estos son «pezificados». De «Pez» y no de «peso» como el peso argentino, ya que la idea es que estos estilos valen más y no menos, como nuestra querida moneda. Claro que todo esto no valdría de mucho si las canciones no fueran espectaculares, y vaya que lo son. Esa es otra diferencia con «Quemado». A aquél lo escuché un poco y me resulta bastante inconsistente, con frutos de grandeza que no llegan a estar maduros. Acá, a pesar de la cantidad de canciones y estilos, resulta ser un mosaico de clásicos casi impecable. Es, sin lugar a dudas, uno de los discos más diversos de la historia del rock argentino. Qué bien.

Ahora, dije que era «casi» impecable. Me explico. Si bien es obvio que no podés grabar un disco con tantas canciones y esperar que todas sean obras maestras, sí que hay un buen puñado que no terminan de funcionar y que privan al conjunto del diez redondo. Empecemos por la más destacable de estas: Aún. Todo muy bonito en esta canción. Tiene un bello trabajo de guitarra, Ariel canta con sentimiento y los efectos como de teclado al fondo le dan un aire frío que funciona muy bien. El problema es que, después de escuchar la MARAVILLOSA versión en vivo que hacen en el disco «Para las almas sensibles», esta me sabe a muy poco. Está muy subdesarrollada. Apenas poco más de un minuto. Y mi impresión con los otros rellenos es todavía más tibia. ¿Rindiéndole cuentas a quién? tiene una fantástica introducción blusera y sutil, además de que su riff no está nada mal y es dinámico, pero se siente demasiado densa y la forma en la que se la canta es bastante molesta. La lucha de los luchadores es como un heavy metal que suena amenazante, sí, pero sus casi cinco minutos la lastran demasiado. Lo más interesante que tiene es una guitarra con efecto similar a una ambulancia que aparece al cuarto minuto y que ya había aparecido en otras canciones del álbum (después les enumero en cuáles). Por último, (Seco) es ultra lento, ultra heavy y ultra largo (casi ocho minutos, el más largo del disco), pero demasiado moribundo y sin grandes atractivos. Lo más rescatable quizás sea la aparición del mencionado Gabo Ferro y unos efectos que parecen como de flauta esquizofrénica desperdigados por ahí. Y que esté recitada sin cantar no ayuda. En definitiva, el tema más flojo del trabajo.

Pero el resto es oro puro. Bah, no todo el resto. Hay un par de canciones que no terminan de entusiasmarme del todo, como Todo es fuego o Cabeza de departamento, pero son buenas y no merman la fluidez de la obra. La primera de las mencionadas no tiene grandes melodías, pero sí que tiene un estribillo bien amenazante y un ambiente (logrado por las guitarras) que realmente llena nuestro cerebro de llamas imaginarias por todos lados, muy a lo Lake of Fire de los Meat Puppets, mientras que la segunda tiene un riff más guerrillero y la forma en que Minimal escupe su fraseo con bronca es intimidante. Ah, y no me había dado cuenta hasta recién de que la línea de piano que cierra el tema es la misma melodía «ambulancística» de la que hablé antes. Bien ahí. Muy bien ahí.

Ahora sí, vamos con lo que es oro puro. Los primeros siete temas son de lo mejor del disco y, si tuviera que ponerle nota solo a esta sección, le pondría un diez bien sólido. Abrimos con esa guitarra símil ambulancia que ya nombré (y que, de paso, me recuerda un poco a cómo abre el disco «Red» de King Crimson). Se trata de Melodía maldita y la música del orto, que por sus constantes cambios de tempo, ritmo y por su ambiente oscuro en general me recuerda mucho a Slint. Sí, math rock puro. Hay algunos pasajes más tensos, otros más heavies, otros más cercanos al jazz, pero todo encaja a la perfección y conforma un tema que por sí solo tiene más ideas musicales que toda la discografía de AC DC (ojo, no digo que no me guste AC DC. Solo remarco lo impresionante de esta canción). Fuerza es pura ídem. Un hard rock a lo Led Zeppelin con tempos irregulares al estilo de los mencionados Slint. Hay riffs y solos de primera por todas partes, y cuando llega ese «sería tan fácil si tuviera fe/¡Pero en vez de fe tengo fuerza!» nos vemos obligados a gritar junto con la canción, sin importar que uno sea creyente o no. Esa es la magia de este temazo. No mi corazón coraza es puro punk hardcore, con ataques de guitarra crudos y dinámicos. Además, transmite enojo y urgencia de forma muy creíble. Aplastante. Después de esto damos un giro de 180 grados hacia el tango, pero no tango común, sino bien experimental y como nadie lo había hecho antes. El primer exponente es Nubes toman formas tontas, cantado por Palo Pandolfo. Hay algo de paranoico y oscuro en esta canción, como si hubiera una presencia que nos sigue mientras la escuchamos, y de pronto se vuelve más dulce. Sublime. Muralla china es un cover de Piazzola. La hacen mierda en el mejor de los sentidos. Las guitarras pinchan, los sintetizadores le dan un ambiente marciano y el ritmo nos hace ir a comprar un traje, unos zapatos y un sombrero para ir a bailar con nuestra pareja. Sencillamente único en su tipo. Volvemos a dar otro giro estilístico con Queseaelvientoelquenferme. La más setentosa de todas. Empieza con el mismo efecto ya mencionado hasta el hartazgo para deslizarse a un arpegio tierno y melódico sobre el que Ariel canta una melodía igual de delicada y le da lugar a pasajes más hard rockeros. Cuando menos nos damos cuenta, todo se convierte en un jam donde los tres dan lo mejor de su rock. Y Siete es igual de buena. Quizás hasta mejor. Es casi un tema de rock progresivo, y está dedicado a René Houseman. Es decir, en un mismo tema mezclan lo más culto y elitista (la música progresiva) con lo más popular y de las masas (el fútbol). A que a nadie se le había ocurrido antes. No sé si seré yo, pero la forma en que la canción se desarrolla y avanza dentro de su minimalismo me recuerda mucho a I Want You (She’s So Heavy) de los Beatles. Incluso termina de súbito como aquél track. Impresionante. Me encanta también que sea el séptimo tema, se llame Siete y dure siete minutos. Matemática pura.

Otros clásicos también impresionantes incluyen a El agua es eléctrico, que es un candombe tocado con una potencia rockera que desborda. Nunca alcanzo a atinar si sus primeros segundos son el inicio de este tema o el final de Aún, pero esa calma arpegiada se transforma muy bien en la tormenta de poder mencionada. Y la melodía final de «rodando lento, eléctrico/en el mismo lugar» le da el toque de genio que le faltaba. Tan marcado ya es más heavy y gritada, pero el trabajo instrumental es muy bueno y el griterío encaja bien. Además, pasado el tercer minuto y medio se convierte en una improvisación psicodélica y jazzera que eleva el conjunto a alturas de vértigo. ¿Qué otra banda argentina te da tanta diversidad ya no en un mismo disco, sino en un mismo tema? Y Tan quemado ya es la otra cara de la moneda. Mientras que la anterior canción era una larga pesadilla de distorsión, esta es una breve y cálida (especie de) bossa-nova pletórica de cambios de ritmo y belleza en sus menos de dos minutos. No vale la pena ni preguntarse cómo logran fundir todos estos estilos con tanta naturalidad. Solo ellos lo saben. Lo que cuenta es un blues tranquilito que paulatinamente se va transformando en algo más pesado y apto para el headbanging. Pedazo de música (no pienso repetir el nombre completo de nuevo. Esto no es un sketch de los Monty Python) es como una versión instrumental del tema …Y el barco se llama Ganga Yamuna de su anterior placa. Es una pieza psicodélica con hermosas líneas de cítara y guitarras líquidas. Resulta ser igual de buena que aquella, si no mejor. Y como estoy abusando demasiado de los adjetivos y una de las reglas del escritor es «no abusar de los adjetivos», les hablo del último tema: el acústico Pequeño adelanto de magia, también conocido como Campos de inconsciencia. «Magia» era un disco que tenían en mente y que nunca llegó a grabarse. Igualmente, el tema este aparecería más tarde en el álbum «Frágilinvencible» en una versión completa y más desarrollada. Aquella versión es muy buena pero, a diferencia de lo que pasaba con Aún, me quedo con lo despojado y subdesarrollado de esta. Está en otra tonalidad que opino que le sienta mejor y, en vez de convertirse en una pared de guitarras eléctricas, se va desvaneciendo para darle espacio a unas notitas de piano simples pero hermosas que cierran el trabajo de la mejor manera posible.

Y hasta acá esta reseña sobre este clásico olvidado del rock que se hace en el culo del mundo. No escuché cada disco de los 90. Ni de Argentina ni del resto del planeta. Sin embargo, este álbum con seguridad debe ser uno de los diez mejores de aquella década dentro de este país, y uno de los mejores en general. Ni siquiera escuché la discografía completa de Pez (solo escuché completos este, «Convivencia sagrada» y «El manto eléctrico». Estos dos últimos son también excelentes y hablaré de ellos algún día), pero me sorprendería si este no resulta ser su mejor trabajo. Independientemente de que nos guste la música en español o no, independientemente de que nos caigan bien estos tipos o no (aquí entre nos, no deberían tenerles la más mínima simpatía. Ya expliqué los motivos), este es un disco básico y que merece un lugar en cualquier colección. Quizás hasta los convenza de que hay buena música en América Latina.

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