Mejor tema: La suite I Can’t Feel Nothin’.
1) Dancing Madly Backwards (On a Sea of Air)
2) Armworth
3) Myopic Void
4) Mesmerization Eclipse
5) Raging River of Fear
6) Thousand Days of Yesterday (Intro)
7) Frozen Over
8) Thousand Days of Yesterday (Time Since Come and Gone)
9) I Can’t Feel Nothin’ (Part 1)
10) As the Moon Speaks (To the Waves of the Sea)
11) Astral Lady
12) As the Moon Speaks (Return)13) I Can’t Feel Nothin’ (Part 2)
Nuevamente nos adentramos en el
peligroso mundo de los discos poco conocidos. Esta búsqueda de lo más oculto
que puede dar por resultado que nos encontremos con auténticas basuras, también
conocidas como mierdas, zurullos, ñordos y así sucesivamente. Afortunadamente, tengo un sexto sentido
(también conocido como «informarme adecuadamente en páginas de confianza») que
me impide encontrarme con bazofias ofensivas para el oído humano. Bah, de vez
en cuando también me topo con algunas de estas, pero no se las voy a traer a
una página de análisis de lo mejor. Igualmente, estaría bueno hacer una crítica
a algún disco malo para variar y que no sean todos dieces y nueves. ¿Qué les
parece?
Pero vamos a lo nuestro. ¿Quién
es Captain Beyond? Y digo «quién» en vez de «qué» porque tranquilamente
podríamos estar hablando de un músico solista con ese nombre tan extravagante,
tipo su semi homónimo Captain Beefheart. Sin embargo, no es un solista sino un
grupo. Un supergrupo, para ser más preciso. Esto significa que sus integrantes
formaron parte de agrupaciones destacadas anteriormente. Es así que tenemos a
Rod Evans, que fue el primer cantante de Deep Purple; a Bobby Caldwell, que fue
baterista de Johnny Winter; y también a Lee Dorman y Larry «Rhino» Reinhardt,
bajista y guitarrista de Iron Butterfly. Originalmente también había un
tecladista llamado Lewie Gold, pero abandonó la banda por motivos personales
antes de la grabación de este álbum. El grupo en sí se formó en 1971 y estaba
establecido en Los Ángeles, y llegaron a firmar con el sello Capricorn gracias
a la ayuda de Duane Allman, el guitarrista de The Allman Brothers Band. De
hecho, en los créditos del disco se menciona que este está dedicado a él, quien
había muerto por esa época. El álbum salió en 1972 y no fue un gran éxito
comercial debido a la falta de un sencillo de difusión, del cual decidieron
carecer por el hecho de que consideraban al disco como una obra que debía
escucharse completa y no por partes. Eso es lo que vamos a hacer.
Antes de hablar de la excelsa
calidad de esta obra de arte, voy a decir que esta obra de arte es el perfecto
ejemplo de cómo el talento nunca es individual sino colectivo. Es decir, estuve
escuchando cosas de Deep Purple con Evans al micrófono y de Iron Butterfly con
Rhino y Lee. Rod en Purple sonaba terriblemente débil y refrenado incluso en
grandes canciones como Hush, y ya no hablemos
de algunos de los temas más flojos, tales como los covers de We Can Work it Out o River Deep Mountain High. Ahí daba
lástima directamente. Y sí, sé que en el tercer disco de la banda mejoró mucho,
pero ahí tampoco me daba la sensación de ser un cantante de las grandes ligas. De
los ex Iron Butterly, digamos que lo poco que escuché de ellos nunca me pareció
la gran cosa. Eran decentes y ocasionalmente muy buenos, sí, pero no eran precisamente
una maravilla. Demasiado inconsistentes en calidad. Y de Bobby Caldwell no
hablo porque no escuché a Johnny Winter pero, que yo sepa, no tenía el mismo
protagonismo que tendría acá. Con semejante currículum, nadie esperaría mucho
de ellos. En el papel sonaba como el grupo musical de los Simpson llamado «Nacidos
para segundear». Sin embargo, al igual que sucede en el fútbol, un equipo de
jugadores menores pero con química puede mucho más que un plantel de
superestrellas incapaces de colaborar, y esto es lo que ocurre con esta banda.
Todos estos artistas menores y refrenados por los pesos pesados de sus grupos
antiguos de repente se juntan, se entienden y no hay nada que los pueda
detener. Es así que surge este disco que, de tan bueno que es, pone en ridículo
a la trilogía Led Zeppelin, Deep Purple y Black Sabbath. Y no exagero ni un
poco. La energía, consistencia y talento compositivo que derrocha este álbum es
imparable. No es solo música, es una fuerza de la naturaleza, pero eso lo vamos
a dejar para las canciones. Antes de hablar de ellas, les voy a describir a
grandes rasgos el estilo de este disco. La música que se escucha acá es una
mezcla de jazz, progresivo, space rock, psicodelia, hard rock y proto metal.
Mejor dicho, esto ya es metal puro y duro, nada de «proto». Esto a muchos puede
sonarle a un típico disco un poco más duro de lo normal de esos que tanto
abundaban en la época, pero no es así. No solo los riffs y los solos son
aplastantes al estilo de los mejores Metallica o Iron Maiden, sino que los
diferentes momentos acústicos y melódicos más la estructura unitaria del álbum
le dan un ambiente progresivo. ¡Metal progresivo! ¡Y en 1972! Esto es, tres
años antes de que Black Sabbath sacara «Sabotage», considerado por muchos el
primer álbum de metal progresivo de la historia. Incluso yo lo consideraba así
antes de conocer a esta banda. El punto es, no solo es un álbum de calidad
excelsa, sino que es innovador. Inentendible que no ocupe los primeros puestos
de las mejores obras de los 70.
Pero suficiente palabrerío. Vamos
por más palabrerío, pero con la finalidad de describir estas canciones. Una
batería rítmica y seca introduce la primera parte de la primera suite del
disco: Dancing Madly Backwards.
Después sigue un riff que bien podría ser de groove metal pero menos saturado y
más melódico. Luego viene Rod Evans a dar su primera gran muestra de la bestia
parda que es frente al micrófono. El tema no parece que vaya a cambiar mucho
hasta pasado el primer minuto, que se vuelve más rápida y oscura, con otra
línea de guitarra muy diferente pero bien llevada. Más adelante, cuando Evans
canta «But we’re all on station that’s for sure/searching is endless when there
is no cure», cambian al tercer riff del tema, que se parece mucho a lo que King
Crimson haría a partir del «Larks’ Tongues in Aspic» (disco que, recordemos,
recién saldría al año siguiente). Dicho riff se va repitiendo y subiendo
octavas de a poco a la vez que se va volviendo más sofocante, hasta que la
canción cierra lentamente, como dejando de apretar nuestra garganta. La
siguiente parte de la suite se llama Armworth,
y acá la guitarra suena también agresiva pero con un dejo más amargo, lo cual
acompaña muy bien a su letra antibélica. En sí esta sección no tiene más que
ese riff, la voz de Rod y algunos requintos armónicos, pero suena genial y dura
menos de dos minutos, así que se pasa en un suspiro. Para cerrar esta parte del
disco, Myopic Void, que es más
atmosférica y espacial y nos hace sentir que estamos orbitando la tierra e
intentando pedir rescate para así volver a pisar suelo sólido tras años a la
deriva. Dicho rescate llega al minuto dos con cuarenta segundos, y llega como
una mezcla entre el riff de Armworth
(solo que más metalizado) y la melodía vocal que retoma el «Dancing Madly
Backwards» del inicio. Al final, la canción termina con toda la dureza y
velocidad posible. Intachable suite.
Mesmerization Eclipse y Raging
River of Fear son las únicas dos canciones que no conforman una suite y
que, por lo tanto, pueden escucharse individualmente. La primera tiene una
guitarra bien dura y vibrante con un Evans también duro y vibrante al
micrófono. La forma en la que va guiando algunos cambios de octavas es digno de
ser estudiado. Al segundo minuto cambia repentinamente el riff y la melodía, y
funciona a la perfección. ¿Cómo no va a funcionar si Evans nos machaca por
encima con esos maravillosos «Mesmerization baby/mesmerization baby»? Al final,
el tema se va apagando en fade out. Raging
River of Fear es igual de inmaculada, con esa primera parte que bien
podrían haberla patentado como bola de demolición para tirar edificios abajo.
Se rumorea que, en el primer juego de Sonic, el doctor Eggman (o Robotnik. Como
prefieran llamarlo) iba a usar como arma esta canción en el nivel Green Hills,
pero que los desarrolladores cambiaron de opinión porque hubiera sido imposible
pasar el juego. Game Over instantáneo. Así de poderosa es esta sección. Después
del puente viene otro riff más festivo acompañado por unas percusiones medio
latinas y un cantito agudo y desenfadado que dice «Feel it?/can you feel it?».
Parece tonto, pero funciona muy bien como contraste entre ambas partes, y el
final ultra rockero es un buen punto medio entre ambas secciones del tema. Al
final, a pesar de ser temas sueltos que no conforman una unidad, tienen un
montón de cambios y variantes. Aplaudo esa decisión compositiva.
La segunda mitad (o cara B para
los que todavía tienen vinilos) empieza con una hermosa sección acústica
misteriosa y oscura, en la que Rod suena más sentido y delicado que nunca, lo
que nos da una cátedra de versatilidad que nunca hubiéramos sospechado de él en
Deep Purple. La siguiente sección, Frozen
Over, empieza con un solo a varios instrumentos y después se convierte en
un rocker que me recuerda un poco a Dead
on Time de Queen (tema que, una vez más, todavía no había sido compuesto.
Muy premonitorio este disco), pero más lento. Inmediatamente le sigue un solo
con efectos de guitarra más espaciales, solo que de una forma diferente a lo
que era Myopic Void. Por último, una
metralla de guitarra y batería que bien podría ser proto thrash metal, aunque
más melódico y resultando ser pesado sin saturar. Esta parte se funde con el
inicio de Thousand Days of Yesterday
(Time Since Come and Gone), que tiene un riff más entrecortado y melódico
con cierto matiz acústico, a pesar de ser eléctrico. Al minuto con cuarenta
segundos entra un solo crudo y técnico, pero cargado de creatividad y que guía
a la canción a otro cambio en el que dominan más las armonías vocales, y luego
vuelve al inicio. Esta parte de la suite no tiene tantos cambios como otros
momentos del disco, pero los que tiene funcionan a la perfección, y eso le da
la categoría de temazo.
Llegamos al final del disco con
otra canción multiparte y dividida en varios fragmentos. Probablemente el
momento álgido de la obra por la variedad de ideas que desarrolla. I Can’t Feel Nothin’ (Part 1) empieza
con un par de notas arrastradas que crean un efecto aplastante, hasta que un
breve solo de batería y bajo nos lleva al riff principal, bien zeppeliniano y
al que acompaña la voz que suena bien dura y rasposa. Nada de gritos banshee ni
agudos. En el último minuto viene otro ataque guitarrero más espídico al que se
le superponen diversos solos aguijoneantes. La siguiente sección es As the Moon Speaks (To the Waves of the Sea),
que nos recibe con el viento soplando y disolviéndose en unos teclados
coloridos y un requinto breve que da paso a un arpegio acústico y envolvente.
Acá Rod no canta sino que recita con unos coros de fondo. Justo cuando dice la
línea «Let me have the words as the moon speaks to the sea», entra una sección
instrumental que parece predecir a Iron Maiden (otra predicción más. ¿Cuántas
llevamos?). Acá tengo un problema, y es que no sé si esta sección pertenece a Astral Lady. Es decir, en el librito del
disco denominan como tal a los últimos dieciséis segundos de la canción, pero
he encontrado versiones del tema que abarcan todo el solo posterior a la
mencionada frase que suelta Evans. Sea cual sea el caso, la sección es
fantástica. Especialmente ese clímax de dieciséis segundos. As the Moon Speaks (Return) parece más
una canción de cuna astral, con esos coros galácticos de fondo, su breve y
conmovedor solo y esos delicados «I Can’t Feel Nothin’» a varias voces. Parece
que ahí va a terminar el tema y el disco, pero no. De sorpresa nos cae un solo tribal
de bajo y batería que nos devuelve el riff espídico de la primera parte de I Can’t Feel Nothin’, solo que con el
doble de potencia y con la voz omnipotente acompañando. Es, como habrán
imaginado, I Can’t Feel Nothin’ (Part 2).
En sus últimos momentos de vida, la guitarra chilla y ruge para regalarnos un
final espectacular. Como todo el disco.
Podría terminar acá mismo la reseña, con un tibio «qué discazo» o algo así. Pero no voy a ser tan obvio. Este disco merece una conclusión más trabajada y refinada. Y es que esta obra es totalmente excelente. Increíble lo buenos que son los intérpretes. Parece mentira que tuvieran un perfil tan bajo antes de formar este grupo. A uno no le queda otra que suponer que se estaban guardando sus talentos para una ocasión especial y que su mediocridad previa fue totalmente premeditada para no gastar sus mejores ideas antes de tiempo. Realmente la diferencia entre estos músicos en sus proyectos originales y en este es abismal y sorpresiva como poco que haya escuchado. La forma en la que se compenetran no tiene precedentes. Quizás cambie de opinión en un futuro pero, hasta el momento, es el mejor disco debut que haya oído. Sus riffs harían palidecer a Tony Iommi, sus solos matarían de envidia a Jimmy Page y Ritchie Blackmore, su base rítmica dejaría a John Paul Jones y John Bonham sin saber qué tren los atropelló, su sentido de la unidad ya lo hubiera querido Pink Floyd para el «Dark Side of the Moon» y su cantante… bueno, ya me estoy quedando sin superlativos, pero digamos que Rod Evans da cátedra de cómo cantar sin ser un Ian Gillan o un Robert Plant. Además, creo que quedó claro lo innovador que fue para su época. En definitiva, lo tiene todo. Bueno, todo no. Las letras no son la octava maravilla, pero son decentes y dan la excusa perfecta para que su cantante haga genialidades con su garganta, así que está todo bien. Dura 35 minutos y medio, y no le sobra un segundo. Al principio me costó mucho, pero con el tiempo se volvió uno de mis diez o quince discos favoritos, y todavía está la posibilidad de que llegue al top cinco. Cuando lo veas en venta, compralo. Nada de robarlo. Sé que es muy grande la tentación de tener este disco en tu colección a cualquier costo, pero sus creadores merecen algo por semejante obra maestra. Aunque sean pesos latinoamericanos devaluados.
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