viernes, 17 de abril de 2020

Can - Tago Mago


Nota: 9
Mejor tema: Halleluwah
Peor tema: Aumgn

      1)      Paperhouse
      2)      Mushroom
      3)      Oh Yeah
      4)      Halleluhwah
      5)      Aumgn
      6)      Peking 0
      7)      Bring me Coffee or Tea

Ahora sí que entramos en el universo experimental de Can. El primer disco ya era algo experimental y esquizofrénico, pero no se compara con este monumento a la locura (ya sea individual o colectiva). Como dijo George Starostin, “¿se pensaban que On the Run de Pink Floyd era esquizofrénico?”. Al menos, a diferencia de On the Run, acá sí que hay música (salvo por esos dos collages perdidos en el medio). Pero bueno, mucho hablar de la locura y la esquizofrenia y poco contexto. Como bien recordarán, el anterior cantante de la banda, Malcolm Mooney, había tenido un ataque de locura en medio de un recital, por lo que renunció tras este. El resto del grupo encontró al japonés Damo Suzuki tocando en la calle, hicieron una audición y el resto es historia. Esto ya lo dije en mi reseña de Soundtracks. Lo que todavía no dije es que el disco se grabó en 1971, en un lapso de tres meses, en un castillo cerca de la ciudad de Colonia, llamado Schloss Nörvenich. Las sesiones solían durar hasta dieciséis horas por día, y Czukay se encargaba de editar estas improvisaciones para que parecieran canciones hechas y derechas. Hay que destacar que, en este contexto, el disco se convertiría en el primer disco del grupo consistente no en música grabada de forma regular, sino combinando y maleando diferentes grabaciones, todo de la mano del mencionado Czukay. El resultado es un conjunto de piezas musicales (honestamente, no creo que puedan ser llamadas “canciones” en el sentido convencional) que rompen con todo lo establecido, con cada canon musical. Uno de los discos más adelantados a su tiempo que hay, hubo y va a haber.
Ahora, ¿el mito está a la altura de la realidad? Puesto en otras palabras, ¿qué tal es esta música, independientemente de su influencia? Pues es bárbara. Realmente espectacular. Si bien no es una música para cualquier oído, no deja de ser eso. Pero pongamos los puntos sobre las íes. Que sea excelente no es garantía de que vaya a agradar a todos, como ya dije. ¿A qué se debe esto? Pues a la naturaleza insana del propio sonido. Este disco es la viva representación de la locura, lo que lo convierte en una especie de “disco conceptual” (haya sido o no la intención de la banda) sobre el tema, y resulta una experiencia mucho más vívida que en Pink Floyd. En la obra de los ingleses (por más que me guste más Floyd que Can) no puedo evitar sentir que la locura es como una especie de teatro, pues estos temas se tratan sobre música esencialmente placentera (aunque la locura de Syd Barrett sí que rivaliza con la de los alemanes). Adaptando una frase de Federico Fernández (Drmusicstudio), la esquizofrenia es más una capa de pintura sobre una música que en sí es bastante convencional (aún con sus matices de alienación). En cambio, Tago Mago te hace vivir la insanidad a flor de piel. En otras palabras, Pink Floyd habla de la locura y los trastornos, pero Can te los inyecta. Claro que hacer un disco “loco” no es su única innovación, sino que también tenemos un montón de técnicas de grabación, trabajos rítmicos y una “visión” que nadie más tenía. Al menos, no de la forma que ellos la tenían. Prácticamente, cada estilo musical por inventar (la electrónica, el trip hop, el indie/alternativo, el new wave) se puede escuchar acá. Ya vamos a llegar a eso. Por cierto, el disco toma su nombre de la isla Tagomago, ubicada en la costa este de Ibiza. Por lo que tengo entendido, ahí estuvo un tiempo el ocultista Aleister Crowley. Me juego plata ajena a que ni siquiera la adoración por dicho personaje es una idea original de Led Zeppelin.
Paperhouse, el primer tema, es una especie de… ¿blues rock oriental? La verdad es que no sé ni cómo definirlo, y eso lo hace más genial aún. Tiene un tono derrotista y dramático, más una “melodía” que me suena más a un final de canción que a un desarrollo estándar. Cerca del minuto empieza un ritmo de batería que cambia la tensión que venía trabajando por otra diferente (si es que esto tiene algún sentido), al que se le suman solos de guitarra más rockeros y un susurro mantráico que dice “You just can’t get back no more”, hasta que al minuto cuatro ese susurro se convierte en un grito catárquico. El tema parece que va a terminar, pero simplemente baja un cambio, como si ese griterío vocal e instrumental hubiera servido para una descarga espiritual. Al séptimo minuto vuelven a subir la intensidad para una segunda catarsis, y el tema cierra en una especie de diálogo entre la guitarra y la batería en contratiempos. Qué buen arranque.
Mushroom es puro tecno antes de su nacimiento. Tiene un ritmo que en otro contexto sería más luminoso, pero acá genera amenaza e inseguridad. Damo Suzuki repite otra frase mantra: “When I saw a mushroom head/I was born and I was dead”, hasta que en el estribillo grita como un loco “I’m gonna keep my despair”, mientras que el feedback de la guitarra se expande en todas las direcciones posibles como si fuera un hongo atómico y lleva esa desesperación a todas partes. Otro de los grandes temas.
Una interpretación interesante que leí de Oh Yeah dice que, si Mushroom es una explosión atómica, esta es un amanecer después de dicha tragedia. Vista así da más miedo. Con respecto a la música, cada instrumento parecería predecir un género diferente. El teclado presagia la música ambient, la batería presagia el punk (o incluso el post punk y la música gótica. Díganme si ese ritmo no les recuerda a The Passion of Lovers, de Bauhaus), la manipulación de la voz (con los dos primeros versos reproducidos al revés) recuerda a la música electrónica y la guitarra a varias bandas alternativas de los ochenta en adelante. Dicho conjunto debería resultar en un mejunje insoportable, pero hay un sentido de unidad que hace que todo esté en armonía. También hay que notar como el último verso está cantado en japonés. Yo, que soy de la generación Cartoon Network, no puedo evitar recordar a Hi Hi Puffy Ami Yumi (basado en un grupo real, como bastantes sabrán). Aunque claro, ya quisieran Frutillita y Gotiquita sonar así de amenazantes. Volviendo a la canción, el jam final presenta un sonido de guitarra casi luminoso para lo que venía siendo el tema, y suena genial. Ya llevamos tres clásicos.
Halleluhwah es toda la carrera de Talking Heads en dieciocho minutos y medio. Un groove funk absolutamente imparable que se devora todo a su paso. Empieza más o menos normal hasta que llega ese grito (aún mesurado) de “Searching for my brother/Yes, I am”. Después de esto, Suzuki se calla por un rato y el ritmo toma su lugar, con la batería agregando todo tipo de rellenos y la guitarra haciendo ruidos impensables pero geniales. Para el cuarto minuto, se convierte en una pesadilla de platilleos y un ritmo pulsante de bajo que se va apagando en fade out. Cuando parece que el tema va a terminar, entra una hermosísima melodía de piano (la única melodía más o menos normal del disco), que es interrumpida por otro de esos mágicos ruidos que guitarra que sobrevuela ambos parlantes (o auriculares) y la canción vuelve a comenzar con el mismo ritmo con el que abrió. Encima de dicho ritmo, la guitarra gruñe en tonos profundos (con algunos otros ruidos intercalados). Cerca del minuto ocho, Damo larga un “Oh” que lo vuelve a poner en escena, cantando de forma tranquila, e incluso una parte de la letra nombra los títulos de los tres anteriores temas: “Mushroom Head/Oh Yeah/Paperhouse” (no, definitivamente no me creo que este disco no haya sido concebido como conceptual). Justo ahí llega el puente “Shoot all the proof and lust and shout it’s all do you sow”, cantado en consonancia con un hormigueo eléctrico de la guitarra que va aumentando en volumen, hasta que revienta: “Searching for my brother/HALLELALELALELAWAH”. Después de esta catarsis, llega un solo funk más tradicional pero tremendamente bueno, que empieza a morir al minuto doce y pasa a mejor vida al minuto trece. El ritmo y los efectos ruidistas vuelven a tomar el control, y sobre estos comienza a nacer un nuevo requinto más chillón, que se apaga como vino al mundo. Después de esto, el ritmo comienza a aumentar en volumen, intensidad y velocidad paulatinamente. Al minuto dieciséis con cuarenta segundos vuelve a aparecer la voz, que ahora canta en agudos psicóticos (pero siempre tolerables) un último verso nuevo. Después de dicho verso vuelve el griterío de “HALLELALELALELALELALELAWAH” que va a durar hasta el final, nuevamente en fade out. Ahora sí que es final del tema, y qué final. Me animo a decir, sin miedo a equivocarme, que es uno de los mejores quince o veinte temas jamás grabados. De diez.
Ese diez se va a la mierda cuando llegan los collages de los que tanto hablé. Hasta ahora venía dedicando un párrafo a cada canción, pero para estas dos voy a dedicarles uno solo, porque son la misma maldita “canción”. Aumgn empieza prácticamente con los mismos efectos que Paperhouse, y algunos sonidos me recuerdan a lo que sería Spray del Future Days. Al minuto dos entra una especie de violín interpretando disonancias, y de ahí el tema se va al garete. Es una sucesión de ruidos sin sentido que sí, generan algo de miedo e inquietud pero, como dijo Starostin, no hay que estar en una banda superprofesional para hacer algo así. Y el tema dura diecisiete minutos y medio. Supongo que Peking 0 (O Peking O, la verdad es que no sé ni me interesa) es mejor, ya que dura menos (“solo” once minutos y medio), además de que me gusta un poco la forma de cantar de Damo Suzuki (y los ruidos que hace me dan risa), pero es esencialmente lo mismo. En total toda esta sección dura treinta minutos. O sea, todo un disco temprano de los Beach Boys o de los Byrds (sí, no iba a dejar pasar esta crítica sin nombrar a los Byrds). Qué pérdida de tiempo. Háganme (y háganse) un favor, nunca escuchen esta estupidez.
Por suerte, Bring me Coffee or Tea es otro clásico de clásicos. Es un mantra oriental, pero más japonés que hindú. Muy oscuro, pero una oscuridad diferente. No da miedo, sino que nos hace sentir solos. Suzuki canta de manera relajada pero lamentosa. Los diversos remates y fills de la batería rellenan los huecos, y las diversas partes de guitarra y cítara son lo contrario a lo que llamaríamos una “luz guía”. Es más bien una oscuridad guía (sí, ya sé que no tiene sentido esto, pero intenten ustedes encontrarle sentido a la locura). Unos sonidos cálidos de teclado crean un contraste espeluznante con el trabajo del resto de los instrumentos y la batería se vuelve loca. No crea un sentido de unidad como en otros temas, sino que parecería ir por su lado. Esto no es malo, para nada, sino diferente. El tema termina con un “Yes, I’m Again” gritado de forma mesurada y con todos los instrumentos apagándose. Magistral.
En fin, ¿qué más puedo decir? Este es un discazo. Sinceramente, sigo prefiriendo Soundtracks (por su balance entre vanguardia y melodías tradicionalmente placenteras) y Future Days (ya que no tiene partes aburridas), pero eso no quita que esta es una obra maravillosa. Lo único malo que tiene son esos dos collages de ruido que ocupan buena parte del disco (el cual, por cierto, originalmente era doble, así que me imagino que casi nadie escuchaba el segundo volumen). Debería bajarle más puntos a la obra por todo el tiempo que ocupa este desperdicio, pero el resto es tan bueno que le doy el nueve con los ojos cerrados. Otra contra que puede tener es que hay que entrar en él. No hay que esperar a que él entre en nosotros. Si superan estos defectos, se van a encontrar con una de las piezas de música más influyentes de la historia, en la cual van a encontrar pedazos de Joy Division, The Smiths, Radiohead y Sonic Youth, entre muchos otros. La tapa ya lo advierte: este disco los va a tener escupiendo su cerebro (en el buen sentido, claro).

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