miércoles, 10 de mayo de 2023

Los fabulosos Cadillacs - Bares y fondas


Nota: 5
Mejor tema: Bares y fondas, supongo.
Peor tema: Belcha, sin el más mínimo atisbo de duda.

1)      Vos sin sentimiento
2)      Yo quiero morirme acá
3)      Galápagos
4)      La manera correcta de gritar
5)      Tus tontas trampas
6)      Bares y fondas
7)      En mis venas
8)      Silencio, hospital
9)      Noches árabes
10)    Estamos perdiendo
11)    Belcha
12)    Basta de llamarme así


Bueno, gente. Continúo expandiéndome en todas direcciones, y no porque me esté volviendo más gordo, que también, sino porque voy ampliando el espectro sonoro. Los que me conocen saben que yo le doy oportunidades a todo el mundo. Cualquier estilo es susceptible de sonar bien en las manos correctas y, aunque por la nota que le puse a este disco puede parecer que no, la verdad es que los Cadillacs es una buena banda. No todavía, pero pronto lo será. Hoy hablemos de sus muy humildes (por no decir carenciados o carecientes) inicios.

La banda comenzó en 1984 con el matrimonio conceptual-musical de Mario Siperman, Aníbal Rigozzi, Vicentico y Flavio Cianciarulo. Todos estos venían de grupos efímeros que habían creado cuando iban a la secundaria entre 1982 y 1983. Aunque no sabían mucho de música, les gustaba la idea y el concepto de ser una banda under, y sus influencias venían más del lado del ska, con grupos como Madness o The Specials, además del punk y post punk de gente como The Clash y Joy Division. Después entraron más miembros y llegaron a ser ocho. En un principio se hicieron llamar Cadillacs 57 (por el coche que manejaba el bajista Cianciarulo) pero, según se dice, se pasaron a llamar como los conocemos gracias a que en una ocasión fueron presentados con dicho nombre. Su primer concierto fue en enero de 1985 en Mar del Plata. Eran una banda chica, sin la visibilidad de otras, pero a la vez llamaron la atención de un considerable público por su estilo alternativo en el contexto de que la música que dominaba en el país era el synth pop y el new wave. Recién en el 86 firmaron con el sello Interdisc para grabar su debut en los estudios Moebio, y el productor sería Daniel Melingo (Los Abuelos de la nada y Los Twist), que era y es de los productores más respetados del continente. Los ensayos fueron en la discoteca Gaz, ubicada en Olivos, y en Fire, que estaba enfrente de la cancha de River Plate. El álbum originalmente iba a llamarse «Noches cálidas en bares y fondas», pero luego decidieron abreviarlo. Si bien el disco fue moderadamente bien recibido por el público, los críticos lo despreciaron por la inexperiencia y poca profesionalidad de los músicos, aparte del contenido de las letras. ¿Saben algo? Yo quiero sumarme al ejercicio de darle con un caño.

Es que, vamos a decirlo, este disco es muy medio pelo. Como no soy necio ni estúpido, voy a admitir que algunas melodías son decentes y que la fusión de estilos que proponen es interesante. Sin embargo, a la larga termina pesando más lo negativo que lo positivo acá. Vamos por partes. Primero, los teclados son impresentables. No por las melodías que toca (al menos, no siempre por esto), sino por el tono aflautado tan típico de los 80. Tan feo y ponzoñoso. Entiendo que estaban buscando su identidad en ese momento, y que ese sonido ochentoso era también parte de la combinación de géneros que tanto buscaban, pero no se siente natural en lo más mínimo en este contexto. Hay bandas a las que se les da bien ese sonido (como Devo o Virus, por poner ejemplos tanto yanquis como argentinos), pero definitivamente no va con los Cadillacs. Sus fortalezas están en otra parte. Segundo, las canciones se sienten a medias. Como dije antes, hay melodías con potencial y cierto sentido de la unidad en la interpretación, pero no dan ni a palos sensación de un trabajo terminado. Por mucho que las hayan trabajado y ensayado, estas canciones siguen pareciendo demos en su construcción y desarrollo. Tercero, detesto la voz de Vicentico. Si bien el tipo nunca fue lo que se dice un gran cantante, en este debut suena especialmente tímido, además de divagar mucho. Prefiero cuando es un mal cantante con toda la seguridad del mundo de que lo está haciendo bien, que al menos así cada tanto la pega con alguna buena interpretación. Pero es lo que hay.

Yendo a las canciones, la verdad es que no hay ningún clásico. Lo máximo que nos dan son proyectos de buenas canciones. A esto sumémosle que algunos temas son realmente malos. La que menos merece la condena al infierno es Tus tontas trampas, que tiene ese sonido de teclado que parece sacado de la feria más berreta de California (me recuerda a los primeros y peores Beach Boys) y una melodía sumamente estúpida, pero no la marqué en azul porque me da risa la letra que habla de los dibujos animados del Coyote y el Correcaminos. De repente, esa estupidez musical se me hace hasta adecuada para el conjunto del tema. Pero sí, si fuera instrumental o si tuviera cualquier otra letra la hubiera descartado como una porquería. En mis venas sí que no se salva con nada. Empieza con ese ritmo de teclado estrafalario que me trae recuerdos de Vietnam. Más específicamente, de la horrenda introducción del tema Johnny Blade de Black Sabbath. Lo peor viene después, cuando Vicentico intenta sonar sensual y desafiante y, de tan alejado de eso que está el resultado, termina dando risa involuntaria. Ambos elementos conforman una escucha tortuosa, aunque no tanto como Belcha. Este tema cuenta la historia de cómo Flavio Cianciarulo adoptó una perra que encontró en las calles de Mar del Plata, y que tres días después apareció ahogada en la pileta de la casa del papá. De paso, quien la canta es el percusionista Luciano Giugno. Si me lo preguntan, estoy seguro de que Flavio odiaba a la perra y que quería humillarla más. Si no, no se explica la vergüenza ajena que provoca esta canción. El ritmo es soporífero y aburrido, el estribillo «murió, se ahogó, se fue» no provoca nada de nada, los coros «la la la la la la la» son de lo más plomo, más incómodo, más forzado, más tosco y menos pegadizo que exista en el mundo de la música, y la voz líder… bueno, creo que se entiende todo si les digo que ojalá Vicentico la hubiera cantado. Háganse la idea. Si este no es el peor tema en la historia del grupo, pega en el palo.

Lo que sigue es mejor, pero no por mucho. Siguen siendo canciones medianas que deberían haber trabajado más. Hay dos instrumentales acá, que son Noches árabes y Bares y fondas. Diría que ambos son de lo mejor del disco. El primero no tiene mucho de «árabes» pero sí de «noches», ya que logra una buena atmósfera nocturna con su línea de bajo casi new wave, su ritmo profundo y sus vientos con aires toreros. Lo único que la caga un poco es su sonido de teclado. El tema título, por su parte, es quizás lo mejor del disco. Empieza con una línea de teclado que, por fin, suena como tiene que sonar. También tenemos las líneas altivas de trompeta y un buen solo más jazzero también de teclados a mitad del tema. Lástima la pedorrísima elección de tonos y ese sonidito electrónico que parece un videojuego pésimo de Atari. Pero lo voy a perdonar, ya que el conjunto logra meterme en la cabeza la imagen de unos amigos juntándose en un bar una noche de verano. Si hubieran trabajado estos dos temas un poco más, habrían sido auténticas joyitas. El abridor del disco, llamado Vos sin sentimiento, no es de lo más feliz del mundo. Es pegadiza tanto en el ritmo como en algunas líneas vocales, pero se hace muy larga y, otra vez, la caga el instrumento con teclas que ya mencioné hasta el asco. También peca de larga Estamos perdiendo, lo cual diluye su buen trabajo de batería, las inspiradas secciones de vientos y la decente interpretación de Vicentico. Además, no ayudan en nada esos sonidos que parecen efectos rechazados de Mario Bros. Adivinen de qué instrumento vienen. Todo lo contrario resulta ser Silencio, hospital, que dura menos de dos minutos. Parece querer ser más jugada en su letra y está bien coordinada instrumentalmente, así que no está mal. La manera correcta de gritar tiene un ritmo funky y saltarín muy adictivo, pero no mucho más que eso. Yo quiero morirme acá me suena a una versión temprana de su futuro éxito Contrabando de amor y, como toda versión temprana, está muy subdesarrollada. Me gustan sus quiebres juguetones de guitarra, pero la melodía vocal y, peor aún, la forma de interpretarlas, dan algo de vergüencita. No al nivel de Belcha, pero vergüencita al fin y al cabo. Galápagos intenta ser sensual, y en parte lo logra, pero el sonido no es todo lo pulcro que debería ser para una canción así. Si algo rescato de este tema es que, por fin, cierto instrumento suena adecuado. Supongo que todos eran conscientes de que el sonido general de las teclas era horrible y que un tema tan dependiente de estos no podía sonar así. Hay que reconocerles que algo de oído tenían a pesar de no saber mucho de teoría musical, aunque es cierto que tampoco se necesita ser arquitecto para saber cuándo una casa está mal construida. Cerramos el disco con Basta de llamarme así, cuyo cantante y compositor confesaría tiempo después que está dedicada a una hermana suya llamada Tamara. Esto me haría difícil el decir algo malo de la canción si no fuera por el hecho de que, en realidad, no está nada mal. No es una maravilla, pero su ambiente semitriste y sus partes instrumentales logran funcionar de manera creíble. Decente cierre.

Lástima que esto no se aplica al disco en general. Después de haber escrito mi reseña, me quedo con la sensación de que hablé de las canciones de tal forma que el trabajo merecería un seis más que un cinco. O sea, que aprobaría por los pelos. Puede dar esa sensación si escuchan las canciones de forma aislada. Casi todas tienen lo suyo pero, escuchándolo de corrido (que es como se tiene que escuchar un álbum), el conjunto se vuelve monótono y falto de inspiración. Insisto con que no todo es malo. Como dije, hay buenas melodías que denotan potencial, momentos de cohesión que muestran entendimiento entre sus miembros y una propuesta interesante que hace que, a pesar de ser un grupo pachanguero y jodón, sean más relevantes y perfectibles en el largo plazo que otras bandas de características similares pero menos sustanciales como lo pueden ser Los auténticos decadentes. Les tomaría su tiempo, pero irían mejorando hasta sacar dos joyitas del rock latino de los 90 como lo son «Fabulosos calavera» y «La marcha del golazo solitario». Esta es la prueba definitiva de que los «sordos musicales» que escucharon este disco y decidieron que era bueno son una parte necesaria del panorama musical. De lo contrario, nos hubiéramos perdido tanto a este como a muchos otros grandes grupos que no tuvieron el inicio más feliz. Igualmente, esta observación no hace que este disco deje de ser solamente una curiosidad para fanáticos de hueso colorado. Escúchese con precaución.

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